Ni grandiosos palacios, ni ruinas milenarias ni iglesias desbordantes de arte. Aunque hay atractivos de gran interés, aquí se impone simplemente pasear.
Roma siempre es un destino fabuloso para hacer un viaje en pareja. En la capital de Italia aguardan clásicos para cualquier romance que se precie, como pasear de la mano por Piazza Navona para después sentarse juntos en una terraza de la plaza y endulzar la tarde con un buen tartufo.
Al igual que hay que buscar algún elegante café cerca de la escalinata de Piazza di Spagna para brindar con una copa de prosecco, también hay que retar a la sinceridad de ambos frente a la Bocca della Veritá, tal y como hicieron Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma.
Y es obligado acercarse de madrugada y bien abrazados hasta la fuente más famosa toda la ‘ciudad eterna’, la Fontana di Trevi. Eso sí, que a nadie se le ocurra emular el célebre baño de Anita Ekberg en La Dolce Vita.
Los puentes sobre el Tíber
Otra muestra de la atmósfera pasional que envuelve a la capital italiana es que se le adjudica el origen de la costumbre de colocar candados en los puentes como símbolo amoroso. La moda surgió a raíz de la novela Tengo ganas de ti, de Federico Moccia, y la posterior película, donde se ve a los enamorados protagonistas “encadenando” su amor en el puente Milvio y lanzando la llave a las aguas del Tíber.
Algo que en la actualidad se prohíbe por motivos de estética y seguridad. Así que no vale tanto la pena visitar ese puente alejado de las principales atracciones de la ciudad.
Todo lo contrario ocurre con los puentes que salvan el cauce del río para llegar al Trastevere. Son varios los que unen esta humilde barriada con el centro histórico.
Por ejemplo, es posible caminar desde el barrio judío hasta los puentes Fabrizio y Cestio, en la práctica convertidos en uno solo, para atravesar de parte a parte la Isola Tiberina, una de las islas habitadas más pequeñas del mundo.
Este camino sería muy frecuentado por los judíos romanos, ya que en el Trastevere residió mucha población hebrea y su presencia se recuerda con pequeñas chapas homenajeando a aquellos que fueron víctimas del fascismo.
No obstante, de entre todos los puentes que llevan al Trastevere, quizás el más transitado por los turistas sea el puente Sisto. Una estructura peatonal que directamente conduce a lo más afamado del barrio.
La bienvenida la da la plaza Trilussa, un lugar que se suele animar al caer la tarde y que inmediatamente transmite la sensación de dejar atrás el área más monumental para sumergirse en un ambiente mucho más entrañable.
Perderse por calles adoquinadas
En el Trastevere hay que olvidarse de grandiosos palacios, ruinas milenarias o iglesias desbordantes de arte. No es que no haya atractivos de enorme interés; sí que los hay. De hecho, muy cerca del puente Sisto y la plaza Trilussa se levanta la Villa Farnesina, con unos frescos impresionantes de Rafael.
Y es que Roma rezuma obras maestras. Pero la experiencia en el Trastevere ha de ser otra: simplemente pasear. Y mucho mejor si es tomando de la mano a nuestra pareja. Se trata de perderse por esas calles empedradas flanqueadas por austeras casas pintadas con yeso amarillento.
Los encantos del barrio van surgiendo así, poco a poco. En los vicoli o callejas estrechas abundan las oportunidades de hacer la foto perfecta para Instagram y presumir de la salida romántica. No faltarán las clásicas Vespa estacionadas de cualquier manera, plantas trepadoras cayendo de las ventanas o gatos durmiendo en cualquier piedra que caliente el sol.
Ese paseo tarde o temprano desemboca en el espacio más emblemático, la plaza de Santa María in Trastevere, donde se encuentra la iglesia homónima. ¡De visita imprescindible!
Su exterior es atractivo, pero ni mucho menos anticipa lo que aguarda en su interior. Sus bóvedas, columnas, paredes, techos están desbordados por mosaicos e imágenes religiosas. Todo aquel que lo contempla llega a la misma conclusión: si esta maravilla se hallara en cualquier otra ciudad del mundo, sería su gran atracción turística.
Caminando sin rumbo
Al salir de nuevo a la luz del sol, la presencia de la fuente en mitad de la plaza es como un imán. Y aunque la meteorología sea adversa, no suelen faltar parejas sentadas en su podio o grupos admirando el panorama.
Aunque probablemente no sepan que se trata de una de las fuentes más antiguas de la capital, con orígenes en tiempos imperiales. Pero no importa mucho saberlo. La clave es decidir hacia dónde dirigir los siguientes pasos.
Los hay que optan por dar una vuelta por las calles del entorno. Buena idea para los que buscan fotografiar detalles de street art en las fachadas, tiendas de diseño y curiosidades, e incluso las librerías cargadas de amor a las letras.
Otros, en cambio, desean ampliar horizontes, y deciden subir a la zona más alta del barrio, la colina de Gianicolo, cuya cúspide ofrece unas maravillosas vistas de todo el conjunto de Roma.
Algunos, mientras tanto, siguen paseando para descubrir el patrimonio histórico de lugares como la basílica de Santa Cecilia, la iglesia de San Francisco a Ripa o el Museo de Roma in Trastevere, donde suele haber excelentes exposiciones de fotos.
Spaghettis y coda alla vaccinara
Y desde luego, también son muchos que una vez que llegan hasta aquí buscan un buen lugar para almorzar o cenar. Están en el lugar justo, porque el Trastevere es una de las zonas con mejores propuestas gastronómicas de la capital italiana. En especial en lo referente a sus platos más tradicionales, que van más allá de los spaghetti alla carbonara con el imprescindible queso pecorino.
Hay que probar otras especialidades locales como el cordero asado o la coda alla vaccinara, es decir, rabo de buey estofado al estilo del matarife. Y que nadie se preocupe, porque también hay opciones más vegetarianas como las alcachofas alla giudia, especialmente vistosas con su corte en forma de flor.
En definitiva, que el barrio del Trastevere es un sitio para visitar con calma y dejando que todos su hechizos hagan efecto.
Armando Cerra
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