No podemos ponerle fecha pero un día, hace ya algunos años, el celular pasó a ocupar un lugar importante en la vida de todos. Cuando nos lo olvidamos, sentimos que realmente nos falta algo. Mandar mensajes, compartir información, ver videos y fotos se transformó en parte de nuestro minuto a minuto, para bien y para mal. Los adultos jóvenes usan en promedio 7 redes sociales por día y dedican a ello más de cinco horas, según una encuesta de la UADE.
WhatsApp, Instagram, Twitter, TikTok, Linkedin y Facebook son las más utilizadas. En la lista le siguen Pinterest, Discord, Telegram y Snapchat. “De las 5 horas y 6 minutos que pasan en las redes, el 80% lo hace desde un smartphone”, detalla Patricio O´Gorman, profesor e investigador de la UADE, a cargo del relevamiento.
Cuenta que existen tres motivos principales por los que los encuestados dijeron usar las redes: la primera razón es socializar (43%). Divertirse quedó en segundo puesto (30%) mientras que el tercer lugar tuvo que ver con la posibilidad de informarse (26%). “Hay solo un 1% que aseguró que no las usa”, afirma O´Gorman, que es especialista en nuevas tecnologías.
De las 7 aplicaciones que tienen en promedio, los encuestados dicen estar activos siempre en algunas de ellas. WhatsApp es, sin dudas, la más elegida. “El 96% de los entrevistados declaró que la utiliza diariamente. Lo mismo que el 81% con Instagram. En el otro extremo está Facebook, que se descarga mucho (90%) pero no se usa tanto (55%)”, agrega O´Gorman.
El trabajo contó con 672 encuestados del AMBA (de sectores medios y altos), un 75% de ellos son millennials (nacidos entre 1982 y 1996). Fueron consultadas más mujeres (60%) que varones (40%).
De allí surge, a su vez, el tiempo de interacción del adulto joven (el promedio de edad es 28 años) con las nuevas tecnologías. “Más allá de las más de 5 horas en redes, pasan 3.45 horas mirando series, películas o la televisión; otras 3.41 horas escuchando música o podcasts; cerca de 2 horas leyendo y 31 minutos con algún videojuego”, precisa el investigador de UADE.
Aclara que, en algunos casos, se dan consumos simultáneos de tecnología, como responder mensajes mientras miran una serie, o que incluso hay momentos en el día en los que se mezcla lo virtual con lo “real”. Es decir, trabajar o estudiar con música o cocinar escuchando un podcast.
«Efecto reemplazo»
En este sentido, O´Gorman se refiere a un “efecto reemplazo”. “Mucho de lo que antes hacíamos con otras tecnologías o en forma presencial, hoy se realiza a través de las redes. Las llamadas al (teléfono) fijo se convirtieron, en muchos casos, en un chat o en un intercambio de audios», comenta.
«Hoy nadie se junta a mirar fotos, todo va a Instagram y algunas reuniones de estudio se evitan con una charla a través de un grupo de WhatsApp”, sostiene O´Gorman.
Para Pablo Rodríguez, investigador del Conicet y profesor de Informática y Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), las redes no vienen a reemplazar sino que representan un cambio, una “nueva modalidad”.
“La portabilidad hizo que la computadora dejara de ser un objeto que estaba en una oficina y procesaba o transmitía información para pasar a incorporarse a nosotros, a nuestro cuerpo”, señala Rodríguez, que es licenciado en Comunicación, doctor en Ciencias Sociales y autor de Las palabras en las cosas.
Según explica, la portabilidad llegó con el walkman, el discman y el beeper: “Después vino el celular, que casi no es un teléfono ya que no se utiliza para hablar”.
Llevar el aparato con nosotros no lo tornó una prótesis o un agregado. “Hoy directamente construimos nuestros lazos sociales a través de la tecnología”, aporta Rodríguez. Por eso, no le extrañan las 5 horas ni las 7 redes aunque destaca que, para él, el celular “no se usa”.
“Se usa un cuchillo para cortar. Lo agarras, cortas la manzana y lo dejas. En las redes vivimos. Es lo que se decía en los ’90 sobre la televisión, que estaba ahí de fondo ocupando un lugar en nuestras vidas, como hoy el podcast mientras lavamos los platos”, sigue.
Jorge Schvartzman, psicoanalista y psiquiatra de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autor de Tenemos Internet, Dios no ha muerto, se refiere a un sentimiento de pertenencia asociado a la presencia virtual. “Hoy es muy difícil mantener vínculos de la realidad sin redes. Hay que estar ahí para no quedarse afuera”, opina.
Y dice que el celular es “la nueva navaja suiza: se transformó en un acompañante en nuestras vidas que nos provee todo”.
Al mismo tiempo, nos llevó a incorporar nuevas normas y modificar ciertas conductas. “Ahora, por ejemplo, hay que pedir permiso por mensaje antes de llamar”, remarca Schvartzman.
Pero mientras que en situaciones como las del aviso previo a la llamada parecería sumarnos “poder de decisión” (saber quién llama y elegir cuándo hablar, algo que no ocurría con el teléfono fijo), también nos generó la obligación de permanecer, de no desconectarnos.
En esta misma línea, Rodríguez asegura que “las plataformas incorporan funciones constantemente para que los usuarios no quieran irse”.
“Hoy hay que avisar si nos quedamos sin batería porque no estar conectado lleva a nuestros seres queridos a sospechar que nos pasó algo malo. Esa es la confirmación de que con el celular no se puede aplicar la lógica de uso”, insiste. “Si mi celular está apagado, yo estoy apagado”, remarca.
¿Hacia dónde vamos?
Según Rodríguez, vamos hacia un registro absoluto de la vida social, a partir de la información de los perfiles que van recolectando las plataformas. “No somos conscientes del nivel de vigilancia que existe sobre nosotros. Con todos los datos que dejamos sobre gustos y preferencias, nuestras búsquedas no resultan ‘libres’ como creemos», comparte.
«Los resultados que nos ofrecen son opciones limitadas basadas en lo que piensan que queremos recibir por decisiones (en forma de clics) que tomamos en el pasado, no solo en lo que respecta al entretenimiento, también cuando nuestra intención es informarnos”, advierte.
MG
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