Nació en Irlanda y fue pareja del caudillo Francisco Solano López. Con él luchó en la guerra de la Triple Alianza.
En una estación de tren en París se conocieron, en 1853, Elisa Alicia Lynch y Francisco Solano López. Ella tenía 20 años, era irlandesa y había estado casada con un médico francés del que se había separado. El era paraguayo y unos años más tarde, en 1862, sería presidente de su país.
Parece que el amor entre los dos fue fulminante y que Elisa decidió ir tras su amado a Paraguay. En Asunción, aunque no pudo casarse con López, ofició de primera dama imponiendo tendencias y haciendo de su casa un centro de conciertos, bailes y banquetes.
Cuando en 1864 estalló la Guerra de la Triple Alianza que enfrentó a Paraguay con Uruguay, Argentina y Brasil, Elisa decidió dejar los lujos y volvió a seguir a su hombre. Aunque esta vez todo era distinto: cargaba también con Panchito, el primer hijo de ambos, y el destino era el campo de batalla.
Los seis años que duró la guerra, que resultó fatal para la patria de su esposo, la “mariscala” compartió con él la dura vida de cuartel, donde se dedicaba a curar a los heridos.
Durante los años de la guerra, las paraguayas acompañaron a los ejércitos como cuarteleras, vivanderas y enfermeras y cuando fueron escaseando los hombres, también empuñaron las armas.
Muchas cayeron en la lucha, otras debido al hambre y las epidemias, y las sobrevivientes fueron obligadas a construir el nuevo país saqueado por los conquistadores, o fueron llevadas a las plantaciones en Brasil, para trabajar como esclavas.
Elisa, la princesa de la selva
Hasta que en 1870, luego de una derrota tras otra, López y su diezmado ejército (poco más de 400 almas, en su mayoría niños y mujeres), sus cuatro hijos y su inseparable compañera, su Elisa, que había arrumbado su título de Madame para convertirse en “princesa de la selva”, llegaron a Cerro Corá. Al frente de la hambrienta tropa estaba su hijo Panchito, de apenas 14 años.
Pese a que las condiciones no podían ser peores, ni López ni su gente estaban dispuestos a entregarse. Así, transformaron a las campanas de las iglesias en cañones que disparaban piedras, huesos y arena, y durante cinco días lucharon sin descanso, sin comer y sin beber. Finalmente, fueron vencidos.
Herido de un lanzazo, López le pidió a su hijo Panchito que protegiese a su madre y sus hermanos, y siguió peleando contra los soldados que se abalanzaron sobre él para darle muerte y poder cobrar las 100.000 libras que habían puesto como recompensa por su cabeza.
Cuentan que parecía un tigre acorralado y que mató a varios. También que el general a cargo del ejército enemigo lo instó a rendirse y salvar su vida, pero que López no quiso y siguió peleando bañado en sangre, hasta que una bala le dio en el corazón.
Ante este desolador panorama, Elisa y sus hijos más pequeños trataron de huir en un carruaje, hasta que los soldados brasileños los detuvieron para acabar con la “querida de López y sus bastardos”. Cumpliendo lo que le había prometido a su padre, Panchito trató de defender el honor de su patria y su familia, pero fue fusilado.
Una destrozada y dignísima Elisa se bajó entonces del carruaje y, anteponiendo su condición de ciudadana británica, logró subir al carro los cadáveres de su hijo primero y de su marido después. Luego, con sus propias manos, esas que habían lucido las más bellas joyas, arañó la tierra para cavar una fosa y darles sepultura a esos dos amados cuerpos.
Los enemigos consiguieron por fin lo que estaban buscando: capturaron a Elisa, le quitaron sus bienes y la deportaron. Hasta su muerte en París, en 1886, Madame Lynch siguió reclamando para recuperar su patrimonio y destacando el valor del Mariscal López y su pueblo.
E.M.
Fuente Externa.
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