A través de reproducciones en pantallas, la expo acerca a los no iniciados en la vida y obra de la célebre artista mexicana. Hay invitación a selfies y a garabatear la Frida propia.
En sintonía con la Fridamanía que durante el último año se evidenció en muestras de arte, vestimenta y accesorios, libros y el merchandising inspirado en su historia, la más célebre de las artistas mexicanas ahora también es homenajeada en la versión inmersiva Vida y Obra de Frida Kahlo, en el Centro de Convenciones de Buenos Aires (CEC).
La puesta audiovisual que ya vieron más de 50 mil personas está concebida en base al fideicomiso pergeñado por el propio Diego Rivera para preservar la obra de su esposa, al que se adhieren los materiales de archivo del Malba, el Museo Casa Frida Kahlo y el Museo de Arte de San Francisco, como corolario de la exhaustiva investigación dirigida por Roxana Velásquez –directora ejecutiva del Museo de Arte de San Diego– y Deidré Guevara, curadora de la exposición Frida y yo, en el Museo Georges Pompidou de París.
Destinada a espectadores de todas las edades y, sobre todo, a los que hacen su primer acercamiento al universo de la artista, la exhibición invita implícitamente a una sostenida interacción con las pantallas. Y no solamente con el extenso despliegue que la caracteriza, sino también en el exterior del CEC, donde uno de sus típicos autorretratos, agigantado y sponsoreado, se vuelve una parada obligada para el registro fotográfico en modo selfie, autorreferencial –y grupal– que procuran la mayoría de los visitantes. Algo que , se torna remanido, luego, en la sala en cuestión, la inmersiva.
Ante la ausencia de piezas originales –aunque con la autorización manifiesta para sus respectivas reproducciones– la muestra hace hincapié no tanto en la concatenación de hechos dramáticos que signaron la trayectoria de Kahlo, sino más bien en su pasión por la vida y, principalmente, se sostiene en la recreación de un centenar de obras plásticas, textos y fotografías, además del dato todavía novedoso de la puesta, fundamentado en la grandilocuencia de los recursos tecnológicos de los que se vale. Recuérdese que la única exhibición de ese tipo fue la que tematizó sobre Vincent van Gogh, presentada el año pasado.
La expo está basada en Diario de Frida Kahlo: Un íntimo autorretrato, versión facsimilar del diario.
Con foco en el ya emblemático Diario de Frida Kahlo: Un íntimo autorretrato, el trabajo literario que comprende los facsímiles de su bitácora personal, plagado de dibujos y expresiones caligráficas, que la artista elaboró durante los últimos diez años de su existencia, es el eje transversal que define el guión curatorial de las cuatro galerías que componen la muestra, siendo las tres primeras las que responden a la museística más tradicional para finalizar en la sala inmersiva.
«Pies para qué los quiero si tengo alas para volar”. Aquella frase esgrimida en 1953, una de las tantas plasmadas en las páginas del libro de referencia, es replicada ahora en uno de los sitios expositivos, lo mismo el autorretrato que ofició de portada de ese texto y las alusiones a sus fuentes de inspiración, incluida su historia ancestral y su obsesiva relación con Rivera, además de todo lo que trajo aparejado el suceso trágico que la convirtió en pintora. Ahí también se exponen las telas suspendidas en el aire, con reproducciones de algunas de sus obras más reconocidas: “Autorretrato con pelo corto”, “Autorretrato con traje de terciopelo” y “Las dos Fridas”, entre otras, siendo el umbral que antecede al tramo final, donde se exhibe el video de estética doméstica protagonizado por Diego y Frida, en el marco de la legendaria Casa Azul, en el barrio de Coyoacán, Ciudad de México.
Rara, como inmersiva
Finalmente, ya en la sala envolvente, sobresale el tótem del centro –que si bien no logra generar la mística de la capillita montada en el Malba para la presentación de “Diego y yo”, la última adquisición de ese museo– al menos resulta una pieza escenográfica funcional para el reflejo direccionado del itinerario audiovisual, de entre treinta y cuarenta minutos de duración, que ofrece el videomapping 360º proyectado sobre las paredes y el suelo del lugar en modo reinterpretación del recorrido artístico y personal de Frida.
Si bien no hay obras originales, las reproducciones cuentan con autorización del legado de la artista.
Parcelado en tres pasajes, si el primero atañe a las referencias de su estrecho vínculo con sus contemporáneos, con destaque de André Breton, Man Ray y Max Ernst, entre otros intelectuales y artistas surrealistas; el segundo, indaga en sus orígenes, donde la historia de Guillermo Kahlo, su padre alemán, se mixtura con la mexicana Matilde Calderón, su madre oriunda de Oaxaca, además de un repaso pormenorizado del fatídico choque entre el autobús y el tranvía. Por último, el tercero, donde, otra vez, se da el eterno retorno a la Casa Azul, su última morada.
A su vez, la continuidad de fotogramas que amplifican sus obras están acompañadas por relatos en primera persona, de una voz en off que emula la de la propia artista, y la banda sonora producida especialmente para la exhibición –grabada por la Budapest Art Orchestra– se caracteriza por las técnicas cinematográficas empleadas por el compositor y pianista Arturo Cardelús, quien incorpora diversos instrumentos y efectos de sonido, además de referencias musicales europeas y mexicanas.
Lo cierto es que, al concluir la experiencia inmersiva, el espectador queda provisto de distintas interpretaciones sobre Frida en tanto mujer, artista e ícono, en un formato didáctico, y al mismo tiempo diversificado, fragmentado, y por, sobre todo, virtualizado, a tono con las voluntades de esta era. A partir de las cuales, cada visitante puede hacer la apropiación pertinente con la certeza de estar llevándose la versión de su propio retrato de Frida. Alcanza con observar el mural –también auspiciado– que cierra la muestra y está conformado por dibujos de niños, jóvenes y adultos, quienes aprovecharon la instancia lúdica para adornar el contorno ya impreso del rostro de la mexicana. Así, sin prurito alguno, está el atrevido que garabateó una Frida rockera con make up digno de un tributo a Kiss o el que le atribuyó una melena rubia y la referencia a un tema popero de Taylor Swift, siendo los más habituales
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