Radio Moscú emitió primero la Sinfonía Patética, de Tchaikovsky, luego la Suite en Re, de Bach y un locutor comunicó la novedad
A las 21.50 de la noche del 5 de marzo, exactamente hace 70 años, Josef Stalin murió por un derrame cerebral, como le había ocurrido a su ex jefe Lenin casi tres décadas antes y a Franklin Roosevelt sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Radio Moscú emitió primero la Sinfonía Patética, de Tchaikovsky (y poco después, la Suite en Re, de Bach) y un locutor leyó esta noticia: «El corazón de Josef Stalin ha dejado de latir en su apartamento del Kremlin. La muerte del mariscal constituye una pérdida irreparable para los trabajadores de la Unión Soviética y del mundo entero”.
La conmoción se extendió por el mundo, a pesar del manejo hermético tras la Cortina de Hierro, y también se extendió la incertidumbre en medio de la Guerra Fría que se vivía en aquella época (1953 marcó también un triste “récord” de ensayos nucleares de parte de las superpotencias).
Para la Unión Soviética, aquel primer experimento a gran escala del “bolchevismo” instaurado desde 1917, era el final de una época, así como para su amplia área de influencia. Pero, en realidad, el verdadero final sucedió mucho después y todavía está fresca para nuestra generación, con el derrumbe del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y el desplome de la llamada “área socialista”.
El líder soviético Josef Stalin, en noviembre de 1930. Foto: AP
Centenares de miles de soviéticos, millones tal vez, se acercaron para el imponente funeral, en medio de las jornadas heladas del invierno moscovita.
Un asesino despiadado para todos los que lo sufrieron –por las persecuciones políticas y sociales, por la hambruna en Ucrania en los años 30, por las purgas masivas hasta el final de su “reinado” que se extendió por 29 años- pero un “Padre” de la patria por su liderazgo y su victoria en la Segunda Guerra Mundial, murió entre el secretismo acostumbrado de los soviets y la batalla por el poder en su círculo íntimo.
Una batalla que pocos años más tarde, durante el XX Congreso de los Comunistas de 1956, erigió a Nikita Kruschev como nuevo líder y barrió con “el culto a la personalidad” en torno a Stalin: también descorrió el velo por la monstruosidad de sus crímenes.
Aquellas jornadas finales fueron documentadas en películas recientes como “La muerte de Stalin” (pese a tratarse de una sátira, guarda fidelidad a los datos históricos) o el documental “Funeral de Estado”. Y también se reflejó en la documentación desclasificada en los últimos años, el trabajo de historiadores e investigadores y las decenas de biografías de Stalin, algunas de profundo rigor científico.
Cine, vodka y final
El final de Stalin se precipitó después de una habitual reunión con su equipo, el 28 de febrero en 1953 en la casa de campo de Kúntsevo, construida durante la época de Catalina La Grande en el siglo XVIII, en medio de un bosque de abedules y jardines. Vieron cine, bebieron vodka y se retiraron muy tarde.
Al día siguiente, Stalin no salió de su cuarto, no llamó a sus asistentes ni a los guardias. Nadie se atrevió a entrar en su habitación hasta que a las 10 de la noche, un mayordomo forzó la puerta y lo encontró tendido en el suelo. Había sufrido un ataque cerebrovascular. Es la versión oficial.
Una estatua del dictador Stalin en su ciudad natal, Georgia. REUTERS
Sin embargo, el primer boletín recién se difundió e las 6.19 del 4 de marzo, con apenas cuatro palabras: “Stalin está gravemente enfermo”. Ampliaron al rato: “Durante la noche del 1 al 2 de marzo, Stalin sufrió una hemorragia cerebral y perdió el uso de la palabra. Tiene paralizados el brazo derecho y la pierna izquierda”.
Aquellas noticias fueron difundidas por la agencia Tass. Fue el mismo 4 de marzo cuando el Comité Central de los comunistas soviéticos –el organismo más poderoso del país- dio un comunicado: “El camarada Stalin ha perdido el conocimiento».
«El Comité Central y el Consejo de Ministros confían en que el partido y el pueblo soviético sabrán en estos días difíciles manifestar la mayor unidad y cohesión y redoblar su energía para la edificación del comunismo en nuestro país”, prosiguió.
Stalin, nacido Iosif Visarinoovich Yugashvili, tenía 74 años –había nacido el 21 de diciembre de 1878 en Gori, Tiflis- y era tratado por el comisario de Salud, doctor Tretyakov.
Durante aquel 4 de marzo, difundieron otros comunicados mientras el diario oficial, Pravda, apareció con cuatro horas de retraso y reprodujo el último parte médico en su portada. Pero los detalles de aquellos partes hicieron dudar a los expertos.
“Era casi inconcebible que un hombre que había sufrido una hemorragia tan copiosa pudiera continuar con vida”, escribió Robert Payne, uno de los biógrafos de Stalin.
A esta altura ya no se sabe si Stalin estaba muerto o, como difundió el último parte, esto realmente sucedió el 5.
Despiadada lucha por el poder
Lo que había era una despiadada lucha por el poder en aquel círculo que formaban Georgy Malenkov (presidente del Consejo de Ministros y secretario del PCUS), al mariscal Kliment Voroshilov, el comisario Lavrenti Beria (siniestro jefe de los servicios secretos NKVD), Lazar Kaganovich, Nikolai Bulganin (ministro de Defensa), Viacheslav Molotov (responsable de la política exterior) y Jruschov.
Y entre las múltiples versiones sobre aquellos días, no faltó la más conspirativa, que directamente habla del asesinato de Stalin.
Su hija Svetlana Alliluyeva, que más tarde eligió marcharse de la URSS, escribió: “Mi padre tuvo una muerte terrible y difícil. La agonía fue angustiosa. Se extinguía a los ojos de todos. De improviso, en el último minuto, abrió los ojos y dirigió una mirada a toda la asistencia, una mirada extraña, furiosa, llena de temor a… la muerte, así como ante los rostros desconocidos de los médicos que se inclinaban sobre él».
«Su mirada se posó en todos los presentes en una fracción de minuto y, entonces, en un gesto horroroso que aún hoy no puedo comprender, ni tampoco puedo olvidar, levantó la mano izquierda, la única que podía mover…», escribió.
En sus memorias, también Kruschev detalló su versión de aquellas jornadas que, finalmente, lo llevarían a él al poder durante una década. Lo habían convocado a la residencia de Kúntsevo el 1 a la medianoche cuando sonó el teléfono de su casa: “Aquí, el jefe de guardia del camarada Stalin. Tiene que presentarse usted inmediatamente en su casa de campo. ¡Es urgente!”.
Se marchó en su auto oficial, en una noche de vientos helados y nieve. Su mujer le entregó un refuerzo de sobretodo. “Lo necesitarás en esta noche en la que no salen ni los perros”, le aconsejó. “La besé sin responderle. Cada vez que Stalin me llamaba, sabíamos muy bien que era posible, muy posible, que no volviera nunca más.»
Al llegar a Kúntsevo, junto a los otros seis integrantes del Presídium, no los esperaba el temible Stalin sino el jefe de los guardias caucasianos. Les contó que desde la habitación de Stalin no respondían, pero que nadie se atrevía a abrir.
“Molotov fue el primero en decidirse: había que forzar la puerta. Con picos y barras de hierro, los fornidos caucasianos empezaron la tarea. Pasaron largos minutos hasta que saltó el primer gozne. La puerta se entreabrió. Todos contuvieron la respiración. Parecía que la presencia de Stalin, la voz de Stalin, surgirían del silencio. Nada», escribió.
«Era necesario seguir adelante, forzar las puertas de los cuartos. La primera cedió fácilmente. El caucasiano quedó rígido, con su barra de hierro en las manos inmóviles. Lavrenti Beria, el despiadado jefe de la policía secreta, lo apartó y se introdujo en la habitación”, añadió.
Otras versiones hablan de un Beria paranoico en esas horas, que se habría atribuido la muerte de Stalin (“camaradas, qué hora tan maravillosa, somos libres, por fin ha muerto el tirano”).
Beria fue ejecutado cien días más tarde y uno de sus subordinados cumplió la orden del Presídium, le pegó un tiro en la frente. Una teoría más indica que Beria podría haberlo envenenado, mientras que las más realistas mencionan que procedió con cierta parsimonia y falta de ejecutividad cuando descubrieron el cuerpo desmayado del líder.
Nikita Kruschev, el lìder sovietico, en una cumbre con el presidente de los Estados Unidos John Kennedy en 1961
Aquellas demoras fueron fatales, lo mismo que el retraso en convocar a los médicos. Y estos, apenas llegaron –según revelaron los pocos testigos- “temblaban igual que nosotros”.
Entrevistado recientemente en Ñ, Joshua Rubinstein –autor de “Los últimos días de Stalin” y activista por los derechos humanos- descree de la teoría del envenenamiento:
“Siempre es posible, pero muy improbable. En primer lugar, hubo una autopsia completa y los médicos habrían comprendido que había algo más que un sencillo derrame. En segundo lugar, los médicos que llevaron a cabo la autopsia continuaron en libertad, nadie los arrestó y algunos viajaron al exterior. Si ellos hubieran sabido de algo sospechoso habrían sido presionados; no hubieran podido viajar, tal vez ni siquiera los hubieran dejado vivos».
«No hay ninguna razón objetiva para creer que fue asesinado. Tenía presión alta y no existían medicamentos para controlarla. Había tenido derrames, también habría tenido un infarto después de la guerra.”
Agregó: “Su paranoia lo hizo más vulnerable a lo que ocurrió. Si los guardias hubieran podido entrar lo habrían encontrado antes. Pero es difícil de creer que los médicos podrían haberlo salvado. Tuvo un derrame muy severo, la medicina occidental, los médicos europeos, no hubieran servido de mucho. La paranoia lo expuso mucho a su debilidad física”.
Stalin disponía de un poder absoluto pero también se supo que en los últimos meses encontró algún desafío, por ejemplo a sus tesis en el congreso del 52. Desde los 70 años su estado físico decayó y su médico personal Vladímir Vinográdov le diagnosticó hipertensión aguda.
Sin embargo, Stalin se negó a seguir su tratamiento, lo echó y, peor aún, lo incluyó en el “complot de los médicos”: fue su última purga, con 40 médicos despedidos –la mitad de origen judío- y nueve de ellos ejecutados.
El 15 de febrero del 53, también desapareció misteriosamente el jefe de los guardaespaldas de Stalin. Volvía a circular el rumor de que estuviera preparando una purga masiva al estilo del 37. Ese fue el clima en el que murió.
Durante aquellos funerales, y en medio del terror por las pruebas atómicas, el ex embajador estadounidense Averell Harriman definió a Stalin como “el hombre más sádico y cruel con que he tropezado en mi vida”.
Entre los panegíricos stalinistas llegaba el de Ramón Mercader, el asesino de Trotski, quien desde una cárcel de México expresó: “El mundo no sabe qué gran hombre ha perdido”. Para Dolores Ibárruri “todos los comunistas llevamos a Stalin en el sagrario del alma”.
Simbolizando la voz de tantos poetas perseguidos, Evgeni Evtuchenko habría de convocar después: “Doblad, triplicad la guardia ante la tumba de Stalin, a fin de que jamás sienta la tentación de escaparse”.
Vladimir Putin, admirador e imitador de Stalin. EFE
Cuando Kruschev leyó su famoso informe secreto, denunciando la represión stalinista y el culto a la personalidad, comenzó la demolición de sus estatuas. El cadáver de Stalin fue retirado del mausoleo del Kremlin en 1961… y recién en los últimos tiempos, bajo el régimen de Putin, comenzó una progresiva reivindicación.
El catedrático de Historia Contemporánea, Antonio Elorza, escribió que “el terror no es en Stalin un instrumento para proteger la Revolución, sino para la afirmación de su dictadura. Todo reside en conservar el poder, en consolidarlo y hacerlo invencible, ya lo había escrito en 1924”.
Simon Sebag Montefiore, otro de los principales estudiosos, definió, más que al hombre, a aquel sistema: “Si definimos poder como la capacidad de decidir sobre la vida de un tercero, el conjunto del sistema stalinista fue tremendamente poderoso, pero no únicamente en su cúspide sino en el conjunto de líderes y estructuras».
«Un régimen así es imposible simplemente con la voluntad de un hombre, sino que hace falta muchos. En parte, la Unión Soviética fue posible en la medida en la que el terror y la violencia se institucionalizaron en todas las esferas de la vida. Un proceso que una vez se establece es difícil de extirpar”.
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