La arquitecta y luchadora antitrujillista fue la única torturada -con descargas eléctricas- de las siete opositoras apresadas al final de la dictadura.
Hace 70 años, Sina Cabral Mejía se matriculó en la Universidad de Santo Domingo en ingeniería y arquitectura, una carrera en la que había muy pocas mujeres. Se había graduado y trabajaba en el Departamento de Tramitación de Planos de la Secretaría de Obras Públicas cuando se integró a uno de los grupos antitrujillistas que más tarde, el 10 de enero de 1960, formarían el Movimiento 14 de Junio (1J4).
Sina es una de las siete mujeres catorcistas apresadas en la postrimería de la dictadura de Trujillo entre finales de enero y principios de febrero de 1960 y es la única torturada en la cárcel. Unos meses después, el 18 de mayo de 1960, Sina y Minerva y María Teresa Mirabal fueron hechas prisioneras nueva vez, y las recluyeron en la cárcel La Victoria. Allí, los otros prisioneros políticos empezaron a llamarlas Mariposas. Salieron de La Victoria el 9 de agosto y, tres días después, Sina se asiló en la Embajada de Argentina.
Ahora tiene 87 años y parece no conocer la palabra ociosidad. Retirada desde hace un tiempo de la arquitectura, cuida su jardín de orquídeas -las mimadas-, anturios, helechos, buganvilias. Le gusta aprender idiomas, pintar figuras de cerámica, hacer collares. A veces, se sienta en el piano en la sala de su casa y toca de memoria alguna pieza que recuerda de su niñez. Desde muy pequeña amaba las matemáticas -por eso estudió arquitectura-. Tenía maestras de piano y tras terminar la universidad, se examinó y quedó en el quinto año en el Conservatorio de Música. Pero la prisión y su identificación como “desafecta” de la dictadura trastocaron su vida de entonces.
¿Cómo era la participación de la mujer en la sociedad en su infancia y temprana juventud?
La mujer casi siempre estuvo discriminada en el sentido laboral y, sobre todo, dedicada a las labores del hogar, a la crianza de hijos, a las obras de beneficencia, a actividades religiosas y a la atención de sus maridos. Esas eran las acciones atribuidas a su papel preponderante en la sociedad. Sin embargo, siempre había excepciones. Mi mamá fue una mujer adelantada para su tiempo. Antes de contraer matrimonio, estudió estenografía en Santiago, trabajó como secretaria del ayuntamiento de San Francisco de Macorís, donde residía junto a su familia. Al contraer matrimonio, pasó a residir en Salcedo, donde llegó a ofrecer clases particulares en su casa. Ciertamente, no eran muchas las mujeres que estudiaban; tampoco eran muchas las que se sacudían. Y en la zona rural, todo esto era imposible; la mujer campesina sufría una supeditación total al marido, incluso en las labores agrícolas.
¿Había muchas mujeres en la universidad en los años cincuenta?
Había mujeres; bastante en farmacia, odontología y derecho, pero pocas en medicina y en ingeniería. En mi promoción de ingeniería éramos dos cursos con un total aproximado de 150 estudiantes; menos del 10% éramos mujeres. María Teresa Mirabal entró al año siguiente.
¿Qué los impulsó a luchar contra la tiranía?
La conciencia de que realmente no se soportaba más, sobre todo los que teníamos familiares que eran “desafectos”, como se marcaba peyorativamente a los opositores del régimen. Recuerda que mi hermano mayor, Tobías Emilio, era antitrujillista y se había exiliado. Por otra parte, está el rechazo que me producen las imposiciones. Yo he odiado las imposiciones toda mi vida. No soy miembro de ningún partido. El 14 de Junio fue mi inspiración; sencillamente una agrupación patriótica. En nuestro grupo no había sectorización por ideologías, que en ese entonces eran muy poco definidas aquí. La mayoría de la gente de la juventud se inclinaba por el interés de cambiar, de tener libertad. Esa era la lucha, la lucha por la libertad, por descabezar esa tiranía tan monstruosa.
«La juventud es generalmente la que responde, con valor y decisión a riesgo de su vida si es necesario para el logro de sus ideales».
Arquitecta y luchadora antitrujillista
En usted, ¿cómo había nacido esa conciencia?
Yo tenía conciencia, ¿tú sabes por qué? Porque cuando mi hermano Tobías Emilio comenzó sus estudios de derecho, me introdujo a la lectura. Tobías Emilio era un ratón de biblioteca y nos motivó con su ejemplo. Yo recuerdo que el primer libro que nos llevó fue, primero a mi hermana que era muy romántica los versos de Gustavo Adolfo Bécquer. A mí me llevó Enriquillo (la novela de Manuel de Jesús Galván), me llevó Tabaré (de Juan Zorrilla de San Martín), que para mí es inolvidable. Y me llevó La Madre de Máximo Gorki, la que repartía los panfletos en tren allá en Rusia. Mi hermano siempre tuvo esas inquietudes de la lectura, en lo que se podía informar, en lo que podía aparecer aquí, porque los libros estaban censurados. Se consideraba lectura prohibida cualquier libro que pudiera hablar en contra del régimen, o incluso que fuera un poquito liberal, vamos a decir. Eso daba vergüenza.
¿La censura llegaba también a la correspondencia privada?
Claro. Cuando yo estudiaba arquitectura nos llevaron un día para que viéramos la estructura y el funcionamiento del correo por dentro, porque teníamos que diseñar un correo en la clase de diseño. En el recorrido de la visita nos percatamos de que había un salón lleno de cortinas. Cuando nos acercamos, nos dijeron secamente: «No, no, ahí no se puede entrar». ¡Claro!, ese era el clasificatorio; esa era la sala para la censura. Era una censura total. Leían todo y eran tan descarados que la violaban y no se preocupaban por disimular.
¿Cuál fue el motor para que se decidieran a enfrentar la dictadura?
La mayor conciencia la obtuvo la generalidad del pueblo con el tratamiento que recibieron los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo. Estos acontecimientos trascendieron al público. Con ello aumentó la indignación, que incluso decidió a los que se mantenían temerosos o pasivos, en una palabra, a actuar.
¿Cómo se forma el movimiento 14 de Junio?
El movimiento 14 de Junio fue un movimiento de generación espontánea. Los grupos se fueron formando entre personas que se tenían confianza, o familiares o por la religión. Casi todos éramos muy jóvenes. La juventud es generalmente la que responde, con valor y decisión a riesgo de su vida si es necesario para el logro de sus ideales.
¿Qué papel jugaron las mujeres en el 14 de Junio?
En este punto muchos se podrán sorprender. Podemos decir que nos adelantamos a la época. En el movimiento clandestino, como organización en formación, las mujeres jugamos el mismo papel de los hombres.
Fue la única presa política torturada en La Cuarenta, pero no la doblegaron. ¿De dónde saca uno el valor?
Uno no sabe de lo que es capaz hasta que se pone a prueba. Me hubieran matado y no lo hubiera sentido. No les di el placer de quejarme; me sentí por encima de esos desalmados que se ensañaban en seres indefensos cuyo único delito era luchar contra el régimen criminal que ellos servían. Las demás compañeras apresadas en los días sucesivos fueron interrogadas, pero no torturadas. Ellas fueron, en orden de llegada, María Teresa Mirabal, Miriam Morales, Minerva Mirabal, Asela Morel, Dulce Tejada y Fe Ortega. Todas éramos profesionales liberales, excepto Miriam, quien era pintora. El escándalo fue grande, trascendió. La indignación que se sintió fue grande. ¡Qué días tan oscuros!
«Hace décadas que en nuestro país disfrutamos de libertades que no fueron conocidas por mi generación.
«Arquitecta y luchadora antitrujillista
¿Esa indignación por el trato a miembros del 14 de Junio influyó en la Carta Pastoral en la que la Iglesia habló de opresión y tiranía en 1960?
Deduzco que sí, porque la Iglesia siempre había permanecido en silencio ante los evidentes atropellos a la ciudadanía. La indignación por el trato salvaje dado a los prisioneros influyó decisivamente para que la iglesia católica produjera la famosa Carta Pastoral. Esta fue leída en todas las iglesias del país el 31 enero de 1960. En ella los obispos se refirieron claramente al sufrimiento que estaban padeciendo las familias dominicanas por sus hijos sufrientes.
Después de 63 años de aquellos hechos, ¿valió la pena?
Siempre vale la pena luchar por la libertad. Desde entonces han pasado tantas cosas; a pesar de atentados disimulados, golpes de Estado, una revolución patriótica, persecuciones y exterminio de opositores en diversas etapas, hace décadas que en nuestro país disfrutamos de libertades que no fueron conocidas por mi generación. Tenemos una democracia en evolución permanente y siempre con posibilidades de mejorar.
¿Qué les diría a los jóvenes de hoy?
Que estudien su historia, para no repetirla. Y que estén siempre vigilantes y participando activamente en los procesos locales y nacionales, teniendo como principios directores la entrega, la responsabilidad, la honradez y el decoro.
¿Cómo se vivía la dictadura?
La respuesta puede resultar contradictoria a primera vista. Fui educada en un armónico hogar integrado por mis padres, mis hermanos mayores de 9 y 6 años, y mi melliza y yo. En ese hogar se nos inculcaron el amor a la patria y el respeto a los valores familiares y ciudadanos. Los mismos valores eran reforzados en nuestras escuelas por profesores, que tenían ese sentir, así como un fuerte sentido de pertenencia a nuestro amado país.Como niñas disfrutábamos de las diversiones clásicas como el «trúcamelo», las cortinas del palacio, el juego de muñecas, montar patines y bicicleta, ir a la iglesia, participar en veladas teatrales y musicales en la escuela. Participábamos en bailes infantiles, para los que nos entrenábamos en grupito de amiguitas, ensayando en nuestras casas. También practicábamos deportes como el voleibol y el ping-pong.Sin embargo, nos llamaban la atención ciertas conversaciones ‘’misteriosas’’ de los mayores acerca de abusos, crímenes e injusticias cometidas por las autoridades. También nos era extraño el endiosamiento del tirano a quien loaban insistentemente atribuyéndole todas las disposiciones positivas para el avance del país. Los que estudiábamos éramos obligados desde la niñez a escribir trabajos de composición dedicados a Trujillo. Mira, eso sí era odioso. En la medida en que se hacía adulto, uno caía en la cuenta de que no era dueño de circular, de hablar, de nada. Uno se sentía prisionero, totalmente prisionero. La conciencia plena de lo que era su régimen fue conocida en nuestra familia cuando mi hermano mayor, Tobías Emilio, ya universitario, fue aprisionado. Fue trasladado a Santo Domingo y fue mantenido prisionero por quince días. Lo liberaron sin haberlo interrogado ni juzgado, todo por un chisme local.Tuvimos la certeza de que no existía el imperio de la ley, y que el silencio existente obedecía al clima de terror absoluto que prevalecía tanto en los pueblos como en la zona rural.Cualquier persona señalada como desafecta al régimen era vista con recelo. La intranquilidad por la seguridad de mi hermano llenó de zozobra la familia. Y aunque nuestros papás seguían obligatoriamente asistiendo a los actos públicos trujillistas, sentimos pesar sobre nosotros una atención diferente. Después de haberle sido denegada la inscripción en el siguiente curso y tras múltiples diligencias, mi hermano logró finalizar sus estudios y, aprovechando una apertura simulada que duró poco tiempo, el encargado de negocios de Cuba pudo acompañarlo hasta el avión para que marchara al exilio. En vano trató papá de viajar a verlo, porque siempre le fue negado el pasaporte. Contábamos mi hermana y yo menos de 12 años cuando lo despedimos en el antiguo aeropuerto de Santo Domingo, General Andrews. Yo lo reencontraría 12 años después cuando también tuve que exiliarme, recurriendo a la protección de la embajada Argentina en República Dominicana, después de ser excarcelada por segunda vez por delitos políticos. Sabía que cuando les diera la gana volverían a apresarme. Era agosto 1960 cuando viajé al Cono Sur y en diciembre del mismo año me trasladé a New York, Estados Unidos, donde me reencontré con mis hermanos.El régimen empezó matando y terminó matando. Ese crimen de Santiago -el del poeta Virgilio Martínez Reyna, en 1930- fue increíble. Fue cuádruple porque fue a él, a la esposa, a la trabajadora y a la criaturita. La esposa estaba en muy avanzado estado de gestación. Fíjate el alcance de esa mente perversa que no tenía límites. En nuestra casa, una trabajadora procedente de Mao nos relató un día, no sin antes bajar la voz hasta hacerla casi inaudible, que el marido de su hermana había abandonado la guardia -el ejército- porque no soportó más seguir matando haitianos a bayonetazos, durante lo que se llamó “El Corte’’.
Fuente: Diario Libre.
Responder