Tras la trágica muerte de su pareja, el piloto Luigi Musso, Fiamma Breschi se convirtió en confidente, asesora y hasta espía de Il Commendatore.
Enzo Ferrari estaba hecho con la dureza del negocio familiar: parecía que su corazón fuera de metal. Si bien eludió el mandato paterno, mantuvo el espíritu áspero, rudo y por momentos cruel para dirigir la escudería de Maranello que se convirtió en símbolo de Italia. Aunque estaba bien ganado el apodo de Il Commendatore, detrás de la máscara de hierro había un hombre que recelaba de la exposición pública y que trataba de reponerse de sus tragedias.
Solo una mujer logró calmarlo, bajarlo a tierra, y le enseñó lo que a avanzada edad aún tenía por aprender. Se llamaba Fiamma Breschi, una joven de culta familia de Florencia. Fue sus ojos, pudo haber sido su corazón. Era la “Señora de la Fórmula 1”.
Don Enzo acababa de sufrir la muerte de su hijo Alfredo, más conocido como Dino. El drama había golpeado también a Fiamma, 36 años más joven: la pérdida de su pareja, el piloto Luigi Musso, en el Gran Premio de Francia en Reims en 1958. Tras conocer la noticia del fallecimiento, intentó suicidarse. Ese año cruzaron la primera carta. Después llegaron muchas más, un intercambio epistolar en el que Ferrari se arrancó la “máscara de hierro” y abrió su costado más sensible.
Entre el formal “Cara Signoria” y el poético “Amica delle macchine e delle nuvole” (“Amiga de los autos y de las nubes”), Breschi se convirtió en confidente y asesora de imagen. Modernizó su vestimenta y hasta enriqueció la paleta de colores de la empresa. Fue el dulce dolor postrero: aunque él le propuso casamiento hasta la última hora, ella siempre lo rechazó como la primera vez porque el amor de su vida -insistió hasta su propia muerte- seguía siendo Luigi Musso.
Quién era Fiamma Breschi, la mujer que enloqueció a Enzo Ferrari
Los sentimientos se agitaban como los motores. En 1923, a los 25 años, Enzo se casó con Laura Garello. Concibieron a Alfredo. A temprana edad, al pequeño Dino -como lo apodaban- le diagnosticaron distrofia muscular. Murió en 1956. Por entonces, Il Commendatore tenía otra vida y otro heredero: Piero, de 12 años, fruto de su romance con Lina Linardi, una relación que terminó de formalizar cuando Laura falleció en 1978. Había amor y pasión. Faltaba algo.
Fiamma Breschi, «La señora de la Fórmula 1»
Fiamma también provocó revuelo en la pacata Italia de posguerra. Su vínculo con Musso, a quien conoció a los 17 años (él tenía 29), también escapaba de los cánones de la época. Casado con Mary Tirapani y padre de dos hijos, Luigi eligió llevar a su novia Breschi al Palacio de Buckingham después del Gran Premio de Gran Bretaña en 1957. Para la caravana de la Fórmula 1 no era ninguna novedad: la pareja protagonizaba las fotos más glamorosas del paddock. Las imágenes quedaron destrozadas un año más tarde.
A bordo de un Cavallino Rampante, Musso estaba preparado para comenzar la carrera en Reims. Jugador y supersticioso, esperó hasta último momento la rutinaria visita de su amada, que -tal como indicaba el ritual- debía limpiarle las gafas con una cáscara de papa. Pero ella, cultivadora de amistades con el jet set, se demoró hablando con una amiga y nunca llegó.
Minutos después, Musso chocó con su compañero de escudería y archirrival Mike Hawthorn, se despistó. Fue derivado de urgencia a un hospital cercano, donde murió. Breschi nunca dejó de responsabilizar al piloto británico por la maniobra fatal. Tampoco se perdonó su retraso en boxes.
Cuando se enteró del fallecimiento, intentó arrojarse por una ventana desde el quinto piso del hotel donde se hospedaba. La rescató Beba Berruet, esposa de Juan Manuel Fangio, con ayuda de Loulou, pareja de Maurice Trintignant. Después, en medio de la pena por el abrupto cierre de “los mejores cinco años” de su vida, enfermó de hepatitis. Mientras se recuperaba le llegó la primera de las 142 cartas. “Cara Signoria”, le escribió Enzo. Le ofrecía su amistad y su aliento, además de invitarla a Maranello, para curar las heridas.
142 cartas de amor: el frustrado cortejo y la amistad eterna
“Era joven, atractiva. Probablemente se haya enamorado, pero yo solo sentía su cariño, un afecto casi paternal”, rememoró Fiamma muchos años más tarde. Don Enzo quedó flechado pronto. A mediados de mayo de 1959 abandonó el formalismo y casi se confesó de puño y letra: necesitaba quitarse “la máscara de hierro” que, dijo, estaba “obligado a llevar todos los días”.
Enzo Ferrari nunca se mostró sin lentes negros tras la muerte de Dino.
Ella era un ejemplo de independencia. Aficionada al arte y la moda, también la cautivaron los autos. A los 14 años, condujo por primera vez. A los 17 conoció a Musso, que le enseñó las claves del volante. Si bien por entonces empezó a caminar por los boxes, fue Il Commendatore quien le reveló los secretos del reino. En 1962 llegó la primera propuesta de casamiento, que inauguró la sucesión de rotundos rechazos: “Yo quería trabajar con él y seguir en el mundo de las carreras”.
Ya era la “Señora de la Fórmula 1”. Era sus ojos y oídos en los paddocks. Le transmitía los temores de sus corredores, los rumores de los rivales y hasta le recomendaba posibles incorporaciones para la escudería. Cumplía con la actividad de espía en estricta reserva, como manda el oficio. Más visibles y notorios fueron los resultados de su asesoría de imagen.
Conservador, Enzo usaba pantalones casi hasta las axilas. Por debajo asomaban medias cortas. Sus trajes, cómodos de entrecasa, no se adaptaban al glamour que empezaba a relucir la Fórmula 1. Eso cambió. Por sugerencia de su confidente, se pasó a grandes marcas como Armani, Gucci y Valentino. “Confió totalmente en mí. Le inventé lo que después se convirtió en su modo de vestir”, reconoció ella.
Incluso se inició en el diseño de deportivos e introdujo un cambio impensado. Frente al espejo, mientras se probaba un vestido amarillo brillante, la sacudieron un recuerdo y una epifanía: la marca debía vestir con ese color al siguiente lanzamiento. Sus deseos fueron órdenes. Para su presentación, la Ferrari 275 GTB de 1964 se bañó de Giallo Fly, como lo llamaron en la empresa, con la misma inicial que su inspiradora. Para Breschi, sin embargo, era tan solo el color del casco de Musso.
Enzo Ferrari y su esposa Laura Garello.
Don Enzo insistía para formalizar la relación. Las declaraciones se repitieron carta tras carta, en un intercambio que en algunas épocas llevaba ritmo diario. Con la esperanza de ablandar la decisión de Fiamma, también le solicitó a Laura que lo dejara ir. Se llevaban mal, mantenían discusiones fogoneadas por la madre del patriarca, Adalgisa Bisbini. El pedido a su primera esposa tampoco tuvo éxito.
La última negativa de la “Señora de la Fórmula 1”
Enzo Ferrari en 1983.
Las escenas del cortejo incluyeron numerosas visitas a Via Buonvicini 16, en el centro de Florencia, a un kilómetro y medio de la catedral de Santa Maria dei Fiori y a dos del Ponte Vecchio que tiende el sueño de los enamorados sobre el río Arno. Tampoco faltaron las joyas: un solitario -anillo de piedra única- valuado en 19 mil euros. Mamma Clorinda recibió telegramas con saludos de cumpleaños y hasta una copa con el Cavallino Rampante que llevaba la inscripción “A la mejor cocinera del mundo”.
Enzo, ya enfermo del riñón, transitó la década del 80 preparando su legado patrimonial. En sus últimos meses, aunque no reunió fuerzas para saludar al papa Juan Pablo II en Maranello, se guardó un intento final y hasta organizó los movimientos bancarios necesarios para que ella le obsequiara el sí antes de su muerte, ocurrida en Módena en 1988. Recibió la misma respuesta de siempre. “Me cortejó incesantemente por más de 20 años”, expresó Fiamma. Y evaluó: “Tal vez no acepté por miedo. Era un hombre que pretendía todo y yo quería conservar mi independencia a cualquier precio”.
Breschi murió en su Florencia natal en noviembre de 2015, a los 81 años. Dejó como legado un libro de memorias, la correspondencia con Enzo Ferrari (subastada en 2017) y una convicción que abrazó hasta que se apagaron sus latidos: “Mi único amor fue Luigi Musso”.
