La escritora publica ‘El viento conoce mi nombre’, sobre el drama de los refugiados atrapados en la frontera de México con Estados Unidos, situación que compara con el Holocausto.
Isabel Allende, la escritora viva más leída y traducida en español, regresa con El viento conoce mi nombre (Plaza & Janés), una novela sobre el sacrificio que los padres están dispuestos a asumir para poner a sus hijos a salvo del peligro y sobre la increíble resiliencia de la que son capaces algunos niños para sobrevivir a la violencia sin perder la esperanza en un futuro mejor que su oscuro presente.
La escritora chilena presentó la novela este martes en una rueda de prensa virtual desde Sausalito, la localidad californiana de 7.000 habitantes donde reside, junto al famoso Golden Gate que la separa de la ciudad de San Francisco. «Estoy encerrada en mi oficina, durmiendo en ella, porque mi marido tiene Covid», explicó la autora desde su despacho.
La historia de su nuevo libro comienza durante la tristemente famosa Noche de los cristales rotos en Viena. Del 9 al 10 de noviembre de 1938, hordas de gente de todas las clases se echaron a las calles para destrozar, saquear y quemar las propiedades de sus vecinos judíos, y decenas de ellos fueron asesinados. En la novela, el pequeño Samuel Adler, de cinco años, pierde a sus padres pero logra salvarse porque su madre consiguió subirlo a uno de los trenes que llevaron niños judíos hasta Gran Bretaña. «Más del 90 % de aquellos niños no volvió a ver a su familia jamás», explica la autora, que se ha documentado a fondo para escribir la novela.
Esa parte de la novela nos recuerda que «la historia se repite si no sabemos evitarla», ya que sirve de espejo de una tragedia similar que sucede hoy: el drama de los refugiados centroamericanos atrapados en la frontera entre México y Estados Unidos. «La mecha de este libro fue la política de Trump de 2018 que separaba a las familias que pedían refugio en Estados Unidos. Miles de niños quedaron separados de sus padres en la frontera. Algunos bebés fueron arrancados de los brazos de sus madres», recuerda la autora. «Aparecieron en la prensa niños llorando en jaulas, en pésimas condiciones». Finalmente, la presión política, mediática y de la opinión pública acabó con aquello oficialmente, «pero se siguió haciendo de noche y a escondidas«, asegura la escritora chilena. «Todavía hay mil niños que no han podido ser reunidos con su familia».
Isabel Allende (Lima, 1942) sabe de primera mano de lo que habla: la fundación que lleva su nombre trabaja especialmente en la lucha contra esta tragedia. La escritora la creó en 1996 en homenaje a su hija Paula Frías, que era voluntaria en comunidades marginales de Venezuela y España y murió a los 29 años, una pérdida que dejó a la autora completamente devastada. La fundación se dedica a mejorar la vida de niñas y mujeres y buena parte de sus esfuerzos se concentra en la frontera estadounidense.
«Lo que ocurre allí es una crisis humanitaria, es difícil explicar hasta qué punto llega el tráfico de personas. Lugares como Laredo están totalmente controlado por narcos y pandillas que raptan a la gente. Para poder acercarse al puerto de entrada de Estados Unidos la gente tiene que pagar 500 dólares que no tiene. No hay agua ni letrinas. Las muchachas están pidiendo pañales porque no pueden salir a hacer pipí por la noche porque las violan, las raptan o las matan. Los gobiernos lo saben y no ponen solución», protesta la escritora.
¿Y cuál es la solución? «Humanizar el proceso, permitir que la gente venga a Estados Unidos a trabajar. Aquí se necesitan inmigrantes porque ningún estadounidense está dispuesto a hacer los trabajos que hacen ellos por tan poco dinero. Deberían tener permiso para entrar a trabajar y que después puedan volver a su país, porque nadie quiere dejar lo que ama y conoce, ni a su familia».
La autora también apunta a los países de procedencia: «No habría refugiados si no hubiera violencia y pobreza en sus lugares de origen. No habría refugiados ucranianos si Rusia no hubiera invadido su país; ni de Siria si no se hubiera producido la guerra civil; tampoco venezolanos, pero ahora hay siete millones de ellos que han abandonado su país».
Patriarcado y feminismo
Según la autora, la violencia y el sufrimiento que hay en el mundo disminuirán «cuando se termine el patriarcado, que es el objetivo final de esta evolución que estamos viviendo. Nos hemos demorado pero allá vamos, hay que reemplazar el patriarcado por un sistema más humano e inclusivo«.
En cuanto a la situación de las mujeres, que son quienes más sufren la violencia, afirma: «Tengo 80 años y en la trayectoria de mi vida he visto cambios positivos. Cuando nací, nadie hablaba de feminismo. Durante muchos años fue un insulto, y ahora es parte de la sociedad, la paridad de género está totalmente aceptada por las generaciones jóvenes».
No obstante, ha señalado los «retrocesos tremendos» que están ocurriendo en Afganistán con el régimen de los Talibanes: «En 24 horas, mujeres que eran médicas o abogadas tuvieron que encerrarse en casa con un burka». Sin ir más lejos, «en Estados Unidos ha habido también un retroceso tremendo desde que se suspendió el derecho al aborto. Es un atentado contra la libertad de la mujer. Debemos estar vigilantes para que estas cosas no ocurran», ha afirmado.
También se refirió a los crímenes contra las mujeres que ocurren en todos los países, pero especialmente en Latinoamérica. «El feminicidio en nuestros países es totalmente impune, aparecen los cadáveres y ni siquiera investigan. No se cuál es la solución, pero las mujeres tenemos que unirnos para defendermos. Una mujer sola es vulnerable, varias mujeres juntas son invencibles».
La trama de la novela
La línea argumental más importante de El viento conoce mi nombre transcurre en Arizona en 2019, ocho décadas después de la Noche de los cristales rotos. La pequeña Anita Díaz sube con su madre a bordo de un tren para escapar de un inminente peligro en El Salvador y exiliarse en Estados Unidos, como antes hicieron otros que lograron escapar de una de las matanzas más crueles que aún hoy se recuerda: la masacre de El Mozote, en 1981. La llegada de Anita y su madre a la frontera mexicana coincide con una nueva política gubernamental que las separa, y Anita queda sola en un mundo lejano que no comprende.
Asustada, desorientada y obligada a la orfandad, Anita se refugia en Azabahar, un mundo mágico en su imaginación. Mientras confía en que la trabajadora social Selena Durán y el abogado Frank Angileri, dos luchadores de una ONG, logren reunirla con su madre y ofrecerle un futuro mejor.
Eterna extranjera
Isabel Allende se identifica con lo que narra en esta novela, puesto que ella misma se considera una “eterna extranjera”. Su padre, primo hermano del presidente de Chile Salvador Allende, fue secretario de la embajada de ese país en Perú, por lo que Isabel nació en Lima. Tras el divorcio de sus padres, su madre, Francisca Llona Barros, regresó con sus hijos a Chile. Tras casarse de nuevo con otro diplomático, Isabel Allende creció en Bolivia, donde asistió a una escuela estadounidense, y en el Líbano, donde estudió en un colegio inglés.
Regresó a Chile en 1959, pero tras el asesinato de su tío segundo Salvador Allende (cuyo 50.º aniversario se cumple en unos meses) y el triunfo de la dictadura de Pinochet, Allende y su familia tuvieron que exiliarse en Venezuela. Desde 1988 vive en Estados Unidos, pero ha viajado continuamente por todo el mundo promocionando sus libros.
«Recuerdo que cuando escribí mi primera novela [La casa de los espíritus, 1982] nadie sabía nada de mí. Sabían de Chile y de Salvador Allende y eso despertó curiosidad por la novela. Fui afortunada y tuve un éxito inmediato, eso pavimentó el camino para todos mis libros posteriores, pero también para muchas mujeres escritoras«, celebra la escritora.
Allende, que ha recibido «más de 60 premios y doctorados honoris causa», dice que donde más dificultad encontró para ser respetada fue en Chile. «Hasta que me dieron el Premio Nacional [que no obtuvo hasta 2010] me trataban mal. Uno nunca es profeta en su tierra».
Según explica la autora de Inés del alma mía, en Chile se practica el «chaqueteo«, que no significa lo mismo que en España. Mientras aquí significa cambiar de bando, allí se usa cuando «te cogen de la chaqueta y te tiran para abajo«, es decir, impiden con malas artes que alguien destaque. «Los únicos que pueden subir sobre la mediocridad son los futbolistas, los demás no podemos», concluye.
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