El jurado declara culpable de cuatro delitos de fraude a la creadora de Theranos, que estuvo considerada la ‘nueva Steve Jobs’ hasta que se descubrió que su proyecto de análisis de sangre era una mentira. Una que podría acarrearle hasta 20 años de cárcel.
Holmes, tan convencida de sus propias mentiras que nunca vendió sus acciones de Theranos –papel mojado hoy, pero que la conviertían en milmillonaria en lo más alto de su carrera–, recibió la noticia imperturbable, y se abrazó a su familia tras la lectura del veredicto. El punto final de un juicio que se había retrasado en varias ocasiones, la última por su embarazo y reciente maternidad, una última prórroga antes de su último encuentro con la realidad.
En la fábula que vendió, ella se merecía todo. Había abandonado la prestigiosa Universidad de Stanford a los 19 años, había fundado Theranos en 2003, había prosperado contra todo pronóstico y su producto iba a cambiar el mundo. Para todos. Se convirtió en la emprendedora milmillonaria más joven de la que tuvimos constancia, la invitada estrella de Facebook, la nueva Steve Jobs dando discursos inaugurales en universidades , la mujer del año –en lo tecnológico o a secas– para tantas publicaciones y summits… A sus 31 años, Elizabeth Holmes era el éxito en forma de mujer, con una fortuna personal estimada en más de 3.650 millones de euros, recogiendo premios de manos de celebrities como Jared Leto y viviendo el momento. Su momento. Aquel que anticipaba un futuro donde la biotecnología reemplazase a lo digital como fuente de fortunas. Un futuro donde biotecnología y el nombre de Elizabeth Holmes fuesen sinónimos como lo fueron Bill Gates e informática.
Menos de un año después, Forbes «despojaba» de su fortuna a Holmes, que pasaba a tener un valor neto de 0 (cero) dólares. En otoño de 2016, nuestro colega Nick Bilton reproducía en Vanity Fair el fracaso de su compañía, la prohibición de que Holmes se acercase a un laboratorio durante al menos dos años, el despido de cientos de personas, la caída del valor de Theranos a la décima parte de su valor, un castillo de billetes viniéndose abajo a toda velocidad.
En 2018, Holmes fue acusada formalmente por fraude. Por unos 570 millones de euros. Al mismo tiempo que un libro editado en España por Capitán Swing, Mala sangre, y un documental de HBO, The Inventor: Out OF Blood In Silicon Valley contaban su auge y su caída. Y su gran mentira. Una que llevó a que en septiembre de ese año, Theranos anunciase su disolución: Homes había buscado a más de 80 compradores potenciales para los restos de la empresa: nadie quiso acercarse, ni gastar un dólar más en ella.
¿Que qué ofrecía Holmes? Déjeme responderle con otra pregunta: ¿Recuerda su último análisis de sangre? ¿La vía, los distintos tubitos? Si le parece incómodo, haga memoria y recordará cuando se hacían con largas agujas y jeringuillas. Considere también lo común que es. En Salamanca en 2014, por ejemplo, se realizaban analíticas –en plural– a unos 1.500 pacientes al día . Extrapolando: al año se realizan más análisis de sangre que habitantes hay en su provincia, 1,5 análisis por habitante. Con un coste en tiempo, en dinero (digamos que entre 12 y 20 euros los más comunes) , en laboratorios, en logística, en…
Elizabeth Holmes prometía con Theranos análisis de sangre a partir de una gota para las analiticas más comunes. Una revolución para la sanidad de todo el planeta. Algo que mejoraba las vidas de todos, desde usuarios hasta laboratorios.
El problema es que era mentira.
El 14 de octubre de 2015, en el año mágico de Holmes, el Wall Street Journal había publicado un fatídico reportaje , firmado por John Carreyrou, en el que se destapaba parte del fraude. La mayor parte de los análisis, contaba el periodista, no tenían nada de innovador. Peor, indicaba después Bilton en Vanity Fair: Holmes había mentido en todo. El Ejército de Estados Unidos no había adoptado su tecnología para análisis de campo en territorio bélico (Afganistán), la mayor parte de los contratos de los que presumía no eran ciertos.
En Theranos, con esa valoración de 7.600 millones de euros, no había entrado apenas dinero que no fuera el de inversores. El castillo, en realidad, era un tenderete construido con los 650 millones de euros que ahora le reclama la justicia estadounidense. Un dinero reunido a golpe de mentiras.
Fueron dos años y medio de despidos, peleas sanguinarias entre los propios inversores buscando salvar lo que pudiesen y querellas colectivas al mismo tiempo, el intento desesperado de Holmes de demostrar que su tecnología funcionaba [no era verdad, enseñó muestras basadas en los análisis que ya conocemos hoy] . Y, por encima de todos estos episodios, una investigación federal liderada no por una autoridad sanitaria, sino financiera: la SEC, más o menos equivalente a nuestra Comisión Nacional del Mercado de Valores.
A Holmes y a Sunny Balwani (expresidente de la compañía y exnovio de Holmes, que será juzgado en las próximas semanas), se les acusaba de cometer una «estafa masiva». Su tecnología propietaria apenas era capaz de lidiar con unos pocos análisis y el resto de toda su actividad se basaba en los métodos tradicionales. La revolución era una fachada para «mentir sobre los resultados financieros, empresariales y tecnológicos» de Theranos. Holmes, que había llegado al olimpo start-up subida a un unicornio sangriento, había vendido un caballo de Troya al capital riesgo y a un puñado de inversores que perdieron millones de dólares con sus promesas.
Durante un tiempo, Holmes logró evitar la cárcel y parte de los juzgados –al menos por la parte federal– a cambio de ceder todas sus acciones (el 50% de Theranos) , el control de la compañía que creó (y que fue liquidada en 2018) y pagar una multa de medio millón de dólares. Aquel primer acuerdo no implicaba que tuviese que admitir una culpa que sigue negando –la SEC ya lo hizo por ella–, pero la despojó de toda gloria y señaló claramente que la un día poderosa Holmes no vería un céntimo del falso imperio que construyó. Holmes, que algún día soñó con verse en el mismo panteón que Gates, Zuckerberg o Jobs, pasará a otra eternidad: la de los grandes estafadores.
Fuente Externa.
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