El psicólogo Alejandro Schujman reflexiona sobre el dolor que provoca enfrentar el cuidado de madres y padres mayores frente a la indiferencia de otros integrantes de la familia.
«Un dolor arriba del otro, bastante duro es soportar el paso del tiempo, mi madre precisa que la cuide como si fuera niña. Me llama a las 4 de la mañana para decirme que está asustada porque escuchó ruidos. Como cuando yo era chiquita y me despertaba con el viento, sombras en la pared, temblaba y me pasaba a su cama. Bastante duro es eso y encima sola porque mi hermana (no puedo entender por qué) se lava las manos de todo lo que hay que hacer y parece burlarse de mí. Es indiferente, me clava vistos. Me duele y me genera bronca, todo junto.»
Relato de una mujer de 50 cuya hermana unos años menor es espectadora de la novela familiar sin tomar parte ni hacerse cargo de esta madre que demanda.
«Los hermanos sean unidos porque esta es la ley primera», decía el Martín Fierro. Y a veces son muy unidos, pero muchas veces no.
Tengo en mis libretas del consultorio muchos relatos como este que comparto. Historias de desamor, de desencuentros, de viejos rencores y facturas vencidas (o no tanto) que se cobran cuando hay trabajo en equipo para hacer.
Revanchas de lo no hablado, venganzas, lealtades inconscientes, cada historia es única pero escucho muy a menudo situaciones como estas.
La relación entre hermanos está teñida por ambivalencias, marcada a fuego por emociones encontradas que coexisten, el amor y el odio.
Esto es natural y constitutivo, nada tiene de malo, pero si no se dice lo que hay por decir, si no se elabora lo que hay que elaborar, si las cosas quedan guardadas entonces se actúan y las revanchas y los castigos de este tipo ocupan un lugar de privilegio.
La mujer del relato no entiende los porqués de la posición de su hermana. Relata malos entendidos de infancias, viejas peleas, pero nada justifica este destrato, porque además no queda sola solamente ella en el difícil cuidado de su madre, queda también la madre en soledad sin esta hija que se corre.
Dejar de esperar
«Tengo dos problemas, que me tengo que ocupar de papá y que vos no te das por enterada. Me voy a sacar uno de encima, dejo de esperar que te ocupes. Dejo de pensar que en algún momento vas a entender que somos dos. Lo que no entiendo es qué hizo papá, en qué te jodió, porque lo estás castigando a él. No espero mas de vos, Un problema menos.»
A esta altura de mi vida soy pragmático, y trato de darle a mis pacientes un enfoque que les permita resolver.
Podemos usar días, meses y años tratando de entender mentes ajenas, o podemos aceptar que la vida no es justa, y que hay cosas que nos suceden que no merecemos, pero arrastrarlas es llevarlas a un punto de dolor aún más complejo.
«Otro crimen quedará sin resolver», cantaba Gustavo Cerati. Y así sucede y aceptarlo no es resignarse, si no dejar de luchar contra molinos de viento.
El problema es que se suma la idea de la muerte que ronda y que viene de la mano de la decadencia de los padres, aquellos que nos sostuvieron desde siempre,y ahora precisan que los cuidemos. Duele aceptar la fragilidad de quienes fueron nuestros garantes en todos los aspectos de la vida.
Y el dolor se acompasa y aliviana si es compartido, y cuando son varios los hijos/as, qué mejor que trabajo en equipo, poder apoyarse en hombros cercanos. Pero lo ideal y lo posible van por carriles diferentes.
Y duele, claro que duele, y la soledad se hace mas dura frente a la multiplicidad de complicaciones que implica la vejez de los padres.
Intentar hasta lo posible que del otro lado entiendan, desarrollen la empatía, y si no es posible, aceptar, quizás con bronca y con tristeza pero integrar esa realidad.
La espera angustiosa suele traer aparejado síntomas dolorosos en el cuerpo y el alma. Insomnio, gastritis, bronquitis y todas las itis que dan cuenta que hay emociones que no podemos gestionar.
Toda la energía que será precisa para gestionar la difícil tarea de ser padres de nuestros padres, se direcciona a tratar de luchar contra lo imposible, a intentar resolver los problemas de quien en general no está abierto al diálogo.
El común denominador de estos conflictos es que la parte que se ausenta no suele estar dispuesto/a a dialogar ni a hacerse cargo del conflicto.
Si uno no quiere, dos no pueden
Insisto, no hablo de la resignación, hablo de la aceptación.
Una paciente de 22 años le decía a su padre, quien atravesaba la vejez de su madre en soledad con ausencia sin aviso de sus dos hermanos, cada vez que escribía pidiendo que las cosas cambien:
«¿Por qué insistís? ¿No ves que te hace peor? Y del otro lado se te cagan de risa, parece que lo disfrutarán más»
Y aquí desgloso posibles razones en las que se apoyan estos fenómenos.
1. Viejos rencores que se cobran como «revanchas» en la vida adulta
Y aquí digo una de las máximas casi universales. «Lo no dicho hace síntoma». Todo aquello no hablado o gestionado en los años de infancia , adolescencia o juventud temprana queda como reservorio de futuros conflictos.
¿Y qué más doloroso que dejar a un hermano solo en la que quizás es la tarea más difícil de la vida adulta, ser padres y madres de nuestros padres’?.
«Me cagó la vida cuando estábamos en el colegio, salía con mis amigos, era el centro de atención siempre. Ahora que se banque la parada solo»
Confesión de un hombre de 40 años enojado, muy enojado con su hermano
Intenté explicarle que había dos personas castigadas en esta decisión, su hermano y su madre ( quien indirectamente en la fantasía de este hombre también era responsable por las actitudes de su hermano en la adolescencia).
2. Modelo de crianza que se instala y se perpetúa
«Ella es la que siempre se ocupó de todo, ahora estamos en esto, yo no soy buena para estas cosas», decía una hermana menor que siempre fue sobreprotegida y en los últimos años de su padre daba por natural que las cosas no tenían por qué cambiar.
El tiempo pasa y con el tiempo tenemos la posibilidad de cambiar y mover cosas. Rearmar modelos que en su momento nos fueron dados para repensarnos en nuestra vida adulta.
Podemos ser malcriados de pequeños pero adultos responsables y empáticos con el paso del tiempo.
3. Influencia de las nuevas familias que se forman
Este es uno de los clásicos de la literatura universal. Escuché en estos años de profesión muchas historias de enconos entre integrantes de distintas familias que se cobran víctimas a la hora de gestionar la generosidad y amorosidad entre las partes.
En este terreno es todo muy sutil y las cosas rara vez se hablan con claridad, pero son muy comunes las elecciones casi no dichas en el plano de los vínculos familiares en donde los hijos / hijas juegan lealtades con sus nuevas familias en desmedro de las de origen.
Como si hubiera que elegir (porque afortunadamente creo que no hay que hacerlo): «Yo armé esta familia que son mi mujer y mis hijas, todo no se puede», repetía casi como mantra un hermano que se había bajado del acompañamiento a sus padres mayores por fidelidad hacia su mujer, quien tiene una muy mala relación con su propia madre.
4. Mecanismo de defensa frente al dolor
La vejez de nuestros padres duele, duele tanto. Y tener que cuidarlos es más doloroso aún.
Una manera frecuente y casi instintiva de reaccionar frente al dolor es replegarse y dejar que otro resuelva por nosotros. No justifica, pero explica.
En todas las familias hay quienes toman las riendas y quienes se dejan llevar, pro activos y no tanto.
Pero en este punto bienvenido el trabajo en equipo, el sostener/se unos a otros.
Quizás uno pueda acompañar con tiempo, otro con recursos económicos, y el saber que no hay soledad en la tarea es de por si un gran bálsamo.
Poder verbalizarlo es un gran paso. «A mí me resulta muy difícil esto, voy a intentar, yo cuido a tus hijos mientras estas con mamá, o me ocupo de los trámites, no te enojes». Este fue el texto de una hija angustiada que veía que no podía y que dejaba sola a una hermana.
El principio de la solución ¿Qué hacer entonces?
A fuerza de ser muy sincero (y a pesar de mi optimismo casi constituyente) debo decir que este tipo de conflictos es de los de más difícil pronóstico y resolución. Son muchos años de no hablar, y muchas veces es tarde.
Pero si esta nota la leen hombres y mujeres que se sienten identificados/as del lado de quien se corre de la tarea de acompañar (por las razones que sean) quizás puedan revisar su posición sabiendo que este sufrimiento que genera la ausencia en hermanos y padres difícilmente repare lo que alguna vez han sufrido en carne propia.
Sepan que:
✔Hablar sinceramente y desde el corazón es siempre la mejor opción
✔Sacar afuera las broncas añejadas quizás ayude a reparar y poder barajar y dar de nuevo.
✔Es tan lindo sentir que hay otra chance para que las cosas estén como tienen que estar, pero esa chance depende de cada uno de nosotros, el destino no hace lo suyo cuando se trata del amor, somos protagonistas , no espectadores.
Al dolor de ver a nuestros padres envejecer puede sumarse un bálsamo en el remar juntos con quienes se han compartido los años de crianza o el sinsabor de ver la familia quebrada.
Cada quien elige, que la vida es larga pero no tanto…
(Gracias a mi amiga la licenciada Giselle Grossi por sus aportes para esta nota)
*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Autor de No huyo, solo vuelo: El arte de soltar a los hijos, Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y Herramientas para padres. Dirige, coordina y supervisa la @redasistencialpsi.
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