Son 128 páginas manuscritas de la ex Primera Ministra británica. Revela sus dudas, la desesperación por los ataques aéreos a sus tropas y las frustraciones ante los fallidos intentos de mediación norteamericana.
“Era una cuestión de orgullo, respeto, convicción y ser libres lo que significaba que debíamos recuperar las Malvinas” , escribió a mano la “Dama de Hierro”. Desde su despacho en 10 Downing Street —la residencia oficial de los primeros ministros británicos—, Margaret Thatcher llevó un diario personal sobre el conflicto en el Atlántico Sur, cuya victoria salvó su carrera política y le valió su reelección. Las opiniones sobre la Junta Militar argentina, las reuniones «de urgencia” con su gabinete de guerra y la decisión de hundir al Crucero Belgrano quedaron en tinta junto a sus pensamientos más íntimos.
El desembarco de 41 obreros contratados por el empresario argentino Constantino Davidoff en las islas Georgias del Sur el 19 de marzo de 1982 fue denunciado como “ilegal” por el gobernador de las islas Rex Hunt. Casi de inmediato, las máximas autoridades inglesas ordenaron expulsar a los argentinos de las islas. Y las hostilidades en las relaciones diplomáticas entre Argentina y Gran Bretaña comenzaban así un espiral sin retorno.
Antes que el expresidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri anunciara por cadena nacional la recuperación de las islas australes —incluidas las Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur— el 2 de abril de 1982, se filtró información de que al menos tres submarinos nucleares británicos habían zarpado hacia el Atlántico Sur. Esta noticia endureció la posición argentina, según los historiadores Lawrence Freedman y Virginia Gamba.
Los rumores eran ciertos. En su “diario de guerra”, el 7 de abril del ’82 Thatcher hizo hincapié en la imperiosa necesidad de delimitar la zona de exclusión (ZET) de 200 millas alrededor de las Islas Malvinas durante la primera reunión del gabinete de guerra. Sus submarinos nucleares (SSN) iban a estar en el área los próximos días. “La zona entró en vigor a partir de la medianoche del 11/12 de abril”, escribió satisfecha. Y agregó: “La Fuerza de Tareas ya había sido enviada con una velocidad y eficiencia que asombró al mundo y nos hizo sentir muy orgullosos y muy británicos”.
Aliados, amigos y mediadores
Pese a que los tres comandantes de la última dictadura —general Leopoldo Galtieri, almirante Isaac Anaya y brigadier Basilio Lami Dozo— ya habían tomado la decisión de desembarcar en Malvinas, como sucedió el 2 de abril, dos días antes se jugaron una última carta ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU). Pero no funcionó.
Ante ese fracaso, continuó el esfuerzo de ambos países para conseguir el apoyo de Estados Unidos, amigo de ambos gobiernos. Pero Thatcher llevaba las de ganar con su estrecha amistad y el matrimonio político que formaba con el expresidente estadounidense Ronald Reagan. Ella lo llamó personalmente el 31 de marzo para que interviniera ante Galtieri.
“Confieso que desde el principio nunca creí realmente que un gobierno militar podría retirarse. Las escenas en Buenos Aires (desde el balcón a la multitud debajo en masa y cantando) eran de tal júbilo que no podía ver a la Junta retirarse a menos que se les concediera la soberanía como precio de su retiro. (…) Recuerdo haberle preguntado [a Haig, mediador norteamericano] si un ladrón se hubiera llevado todas sus posesiones consideraría que tenía que negociar con él sobre cuánto tenía ‘derecho’ a quedarse”, escribió Thatcher en su diario sobre el concepto que tenía de los argentinos, a quienes el colonialismo británico les había usurpado las islas en 1833.
El secretario de estado norteamericano, Alexander Haig, había sido designado como mediador entre ambos países. E inició una triangulación de vuelos continuos entre Londres, Buenos Aires y Washington en búsqueda de una solución pacífica. Si bien tenía una posición firme europea, en la práctica debía mostrar una neutralidad inicial entre ambos gobiernos. “Era difícil para nuestros amigos americanos saber con quiénes estaban negociando. Primero Galtieri, después el resto de la Junta, y luego los militares (50 o más) detrás de la Junta” , se lamentó Thatcher sobre las gestiones de sus aliados en la ciudad porteña.
El equipo norteamericano propuso un gobierno interino en las islas formadas por Estados Unidos, Canadá y dos países latinoamericanos que supervisarían la desmilitarización. Las dos partes aceptarían negociar un acuerdo definitivo de la disputa hacia fines de 1982. No hubo acuerdo por parte de Galtieri ni del canciller argentino Nicanor Costa Méndez quienes exigían, entre otras cosas, el reconocimiento de la soberanía argentina sobre las islas, la permanencia del nuevo gobernador isleño Benjamín Menéndez y que las tropas británicas se mantuvieran a 1.750 millas náuticas (o más) de los archipiélagos.
La respuesta de Margaret no se hizo esperar: “¿La condición para el retiro de las tropas era que se quedaran con el botín de la invasión?”, escribió en su diario sobre aquellos días. “Aparentemente, B.A. [sic] quería más concesiones de nosotros, a pesar de que eran los agresores. Dije que no podíamos ir más lejos y el presidente Reagan estuvo de acuerdo en que no sería razonable pedirnos que avancemos más”. Finalmente, Estados Unidos jugó a favor de su Madre Patria y eterna aliada en la OTAN.
El estallido
Parecía inverosímil que la “Dama de Hierro” se cuestionara sobre la capacidad de su Fuerza de Tareas frente a las adversidades del clima ventoso y hostil en el Atlántico Sur y plasmara por escrito su vulnerabilidad ante los ataques aéreos argentinos. El 22 de abril, un grupo de Fuerzas Especiales británicas había intentado aterrizar en un glaciar de las islas Georgias del Sur, pero los fuertes vientos imposibilitaron el cumplimiento de la misión y varios helicópteros se estrellaron. “Fue un terrible comienzo para la campaña. ¿Acaso el clima iba a vencer nuestro coraje y valentía? (…) ¿La tarea que nos habíamos propuesto nosotros mismos era imposible?», se preguntó ella misma en su libro de bitácora.
Curiosamente, en ninguna de las 128 páginas la señora de trajes azules hizo mención de las bajas argentinas y las terribles consecuencias de los ataques ingleses. El 1 de mayo estalló oficialmente la guerra cuando de madrugada uno de sus bombarderos Vulcan atacó la pista del aeropuerto Stanley, seguido de una embestida con aviones Harrier y Sea Harrier a las instalaciones argentinas. Nada de esto escribió Thatcher en su “diario de guerra”. En cambio, se lamentó de que ese día una escuadrilla de aviones Dagger de la Fuerza Aérea Argentina (FAA) había atacado muy duramente a las tropas del Reino Unido. “El ataque había sido fuerte y uno se preguntaba si tendríamos suficiente cobertura aérea”.
El domingo 2 de mayo por la mañana, el gabinete de guerra se reunió en Chequers, la casa de campo oficial de la Primera Ministra, en las afueras de Londres. Con una retórica que aparenta sorpresa, cuenta de puño y letra: “El Almirante Fieldhouse [comandante de en jefe de la Marina Real] dijo que uno de nuestros submarinos había estado siguiendo al Belgrano que iba acompañado por dos destructores que transportaban misiles Exocet. El —en referencia al crucero argentino—no estaba lejos de la Zona de Exclusión y a la luz de la inteligencia que teníamos sobre las intenciones de la flota argentina, no cabía duda de que era una amenaza. Llamé a todos rápidamente (…) y decidimos que las Fuerzas Británicas deberían poder atacar a cualquier buque de guerra argentino…”.
Según el comodoro Rubén Oscar Moro, hoy de 86 años, único secretario y redactor del Informe Rattenbach, “la eficiencia de los servicios de inteligencia del Reino Unido había permitido indicarle unos días antes al capitán del submarino HMS Conqueror dónde se hallaba el Crucero Belgrano junto a los otros dos buques con extrema exactitud”. Se trataba de hundir al barco insignia de la Armada Argentina porque era capaz de hacer daño con sus cañones y cada vez se alejaba más de la zona de exclusión.
En tiempo récord, Thatcher y su equipo cambiaron las Normas de Combate (Rules of Engagement) para que todos los navíos de guerra argentinos fueran susceptibles de ser atacados en alta mar, tanto dentro de la ZET como fuera de ella. Cuando el crucero se alejaba a 60 kilómetros de la zona, el Conqueror disparó tres torpedos. Los dos primeros impactaron en el Belgrano que se hundió en apenas una hora, lo que fue el mayor sacrificio de vidas de la Guerra de Malvinas.
El 4 de mayo, el destructor británico HMS Sheffield fue impactado por un misil Exocet que un piloto argentino había lanzado desde los modernos aviones Súper Étendard, las únicas armas que emparejaban el estándar tecnológico entre ambas naciones. Fue el primer buque inglés hundido en combate después de la Segunda Guerra Mundial, con un saldo de 20 muertos y 63 heridos. El ataque no solo expuso por primera vez la vulnerabilidad de la Fuerza de Tareas, sino que terminó en una convulsión política en Gran Bretaña.
Thatcher le envió entonces una furiosa nota personal a Gordon Reece, su estratega político y consejero privado en relaciones públicas. Las críticas de la “Dama de Hierro” fueron implacables contra el Almirante “Sandy” Woodward, quien lideraba el Grupo de Tareas en las islas: “… hubiese sido mejor que mantuviera las tradiciones del servicio silencioso. Comenzó diciendo que el trabajo de la fuerza de tareas sería un paseo, y luego dijo que sería una pelea larga y sangrienta”.
En el Atlántico Sur, el conflicto escalaba minuto a minuto durante los primeros días de mayo de 1982. Mientras tanto, los diplomáticos continuaban analizando la propuesta de las Naciones Unidas y presentando notas ante el Consejo de Seguridad. Pese a las pérdidas y ataques aéreos que la Primera Ministra lamentaba en silencio en sus escritos, la realidad demostró que, fiel a su estilo, continuaba implacable en su decisión: “Inevitablemente, Al Haig & Pérez de Cuéllar [ex Secretario General de la ONU] participaron en nuevas negociaciones «para llenar un vacío» y estaban tratando de obtener un ‘alto el fuego’ [sic]. Obviamente, desde nuestro punto de vista, eso no era suficiente ya que dejaría a los argentinos en posesión de las islas. Tenía que ser un alto el fuego acompañado de una retirada”.
¿Cuándo se termina el 25 de mayo?
A partir del 21 de mayo, los aviadores argentinos transformaron el estrecho de San Carlos en un “corredor de bombas”. Ese día, una formación de tres aviones Mirage de la FAA dispararon con sus cañones a la fragata HMS Brilliant. Otras dos oleadas de Mirage atacaron al buque HMS Antrim y lo dejaron fuera de combate. “Fue un momento desesperadamente ansioso para todos. El HMS Antelope fue muy seriamente dañado y luego el HMS Ardent ”, redactó la dama a la que nunca pareció temblarle el pulso. Pero que había perdido estos últimos navíos por los bombazos de seis aviones A-4Q de la Aviación Naval.
Aún así, lo peor para Margaret estaba por llegar: “Los días 24 y 25 de mayo fueron días especialmente malos”, se lee en su diario. En el día patrio argentino, por la conmemoración de la Revolución de Mayo, Gran Bretaña sufrió dos golpes durísimos a su flota naval. Primero, con el hundimiento del destructor Coventry que los aviones de la FAA habían detectado 30 kilómetros al norte de la isla Gran Malvina. Era de la familia del HMS Sheffield que brindaba cobertura y defensa misilística de área a la flota británica.
“Esa misma noche, más tarde, cuando entré a la oficina para conocer las últimas noticias sobre el Coventry, el empleado de guardia me dijo que el Atlantic Conveyor había sido alcanzado por misiles Exocet, estaba en llamas y se habían dado órdenes de abandonar la nave. ¿Cuántas tragedias más podrían ocurrir? ¿Cuántas pérdidas podríamos sufrir?. También sabía que a bordo del Atlantic Conveyor habían 19 Harriers, refuerzos que eran muy necesarios. ¿Seguían a bordo? Si los habíamos perdido, ¿podríamos seguir adelante? (…) Para mi mayor consternación, hubo noticias de que el portaaviones Invencible había sido dañado. Quizás esa fue la peor noche de todas”, fueron las palabras de Thatcher en su bitácora.
Resulta que el hundimiento del Coventry fue considerado una de las pérdidas más duras de la Royal Navy en la guerra de Malvinas ya que era un barco que en la práctica obraba como un portaaviones. Según Moro, ese 25 de mayo Woodward amenazó con la renuncia y el regreso de las tropas a Gran Bretaña. Pero la Primera Ministra no iba a darle el gusto. “No estábamos heridos de muerte. (…) Aprendimos las profundas penas de la guerra, pero tuvimos que continuar para completar la tarea» , sentenció en su cuaderno.
Pese a las adversidades, la “Dama de Hierro” nunca se dejó doblegar. Jugó fuerte y a fondo, y logró su objetivo. Pero no se olvidó de su amigo Reagan cuando arribó a la Cumbre de Versalles el 4 de junio de 1982. “Tuvimos una gran charla juntos de a dos como él lo prefería. Le di las gracias por la enorme ayuda que habíamos recibido de los EE.UU.”.
Cómo no agradecerle, si la Isla Ascensión —ubicada en el medio del océano Atlántico— fue el eslabón clave en la estrategia británica contra la Argentina. Se la había facilitado su aliado en la OTAN.
Texto Nadia Celeste Durruty
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