Desde las entrañas de la angustia, Fito Páez drenó el brutal asesinato de sus dos abuelas en el disco Ciudad de pobres corazones, un episodio revivido por la serie El amor después del amor de Netflix. Al borde de la locura y preso del odio y la dependencia de las pastillas y el alcohol, el rosarino despachó un grito que todavía resuena en el rock argentino.
Los vecinos de Balcarce y San Lorenzo lo recuerdan como un día caluroso en Rosario. Pepa, de 80 años y tía abuela de Fito Páez, salió a comprar al boliche de la esquina a eso del mediodía. Si hubiese demorado un poco más, tal vez se hubiera encontrado con Walter y Carlos, dos plomeros que habían pasado por la casa una semana antes y habían cobrado una cifra muy alta por un arreglo que quedó mal.
Belia, de 76 años y madre de Rodolfo —el padre de Fito Páez que había muerto unos meses atrás—, era la dueña de casa. Ambas mujeres convivían en ese hogar familiar que con el paso del tiempo se había alterado.
La casona había vivido días más concurridos, con momentos y personas que solo aparecían desde los recuerdos y los objetos desparramados por las habitaciones. Todavía no lo sabían, pero aquel viernes 7 de noviembre de 1986 serían las últimas protagonistas de una historia con fecha de vencimiento.
El asunto es que Pepa salió a comprar y Belia atendió al timbre.
Fito y el piano de su casa en Rosario
Track track: crimen a sangre fría
Los plomeros consiguieron entrar a la casa con la excusa del trabajo inconcluso. A esa hora, la empleada Fermina lustraba el living y los hombres no tardaron en mostrar sus verdaderas intenciones al cruzar el zaguán.
Walter atacó a Belia en la entrada del dormitorio, mientras Fermina intentó defenderla, pero solo consiguió que el asesino aumentara su brutalidad.
Carlos le disparó a la empleada que estaba embarazada y mató a Belia. Luego se volcó a revisar las pertenencias de la casa. Tomó pulseras, anillos y un viejo grabador del nieto, pero junto a Walter no encontraron dinero.
Fito Páez, que vivió en esa casa familiar, se había instalado en Buenos Aires desde 1981. Allí se había vuelto un músico famoso. Era la celebridad de la cuadra y visitaba a las dos mujeres de vez en cuando.
Tras la muerte de Margarita —la madre del músico, por un cáncer en noviembre de 1963—, abuela y tía abuela cumplieron otros roles. Eran dos madres, a falta de una. Fito las había visto por última vez un mes antes y la hora de las despedidas era más o menos similar siempre: vistas desde la calle, ambas mujeres miraban por la ventana y lo saludaban cuando se subía al taxi sin parar de llorar.
Por ese mismo vidrio Carlos vio a Pepa que volvía de su diligencia. Tras entrar, la mujer dejó la bolsa con sus compras. En una de las paredes había un cuadro pequeño que tenía una frase impresa: “Naides sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo”. Era una cita del Martín Fierro. Pepa pasó por al lado del cuadro con la indiferencia que da conocer algo de memoria. Hasta hoy naides sabe en qué rincón se ocultó Walter y en qué momento dejó a la anciana sin control de sus movimientos. Tampoco naides sabe si Pepa alcanzó a darse cuenta de lo que estaba pasando.
Cuando la policía llegó al lugar, la bolsa estaba tirada en el piso con la mercadería desparramada y la sangre empozada.
Crónica roja
Charly y la lluvia púrpura en Río
El teléfono sonó de madrugada pero Fito Páez y su pareja Fabiana Cantilo ya estaban despiertos. Minutos antes alguien había golpeado la puerta de la habitación del hotel en Río de Janeiro donde dormían.
—¿Hola?
—Fito, soy Jorge Fortunato. Mirá, lo que te voy a decir es una noticia muy difícil. Tomátela lo mejor que puedas.
Páez venía de llenar el Luna Park con la gira de su disco Giros y ya tenía grabado La la la, un álbum doble en colaboración con Luis Alberto Spinetta. Había sido invitado a presentarse en Circo Voador, un local para unas 2 mil personas donde solía actuar gente como Chico Buarque, Gilberto Gil y Caetano Veloso. Además, Charly García estaba en la ciudad con Zoca, su novia carioca, y no solo iba a subir a los shows sino que ya se movía como uno más de la delegación.
—Hola Jorge, ¿qué pasa?
—Acaban de asesinar a tu abuela y a tu tía abuela, en tu casa, en Rosario.
Según recrea la investigación Hay cosas peores que estar solo: Fito Páez y Ciudad de pobres corazones (2021, Gourmet Musical), del periodista Federico Anzardi, el músico tardó en asimilar la noticia.
Primero empezó a repetir una sola frase. “No puede ser”, decía todo el tiempo. De golpe algo hizo clic en su cabeza y la angustia se le salió por todo el cuerpo. Comenzó a llorar sin parar. Se hundió en la cama y empezó a sentirse atrapado en una tristeza que no lo iba a abandonar por años.
Rompió algunas cosas y empezó lo que luego describió como “Pánico y locura en Río de Janeiro”, horas en las que estuvo dominado por distintos momentos de tristeza, bronca y desesperación.
La gira había terminado, ya no tenía sentido estar ahí.
Por consejo de su manager, Fito decidió quedarse unos días más hasta conseguir un abogado que lo pudiera asesorar. Junto a Fabiana, Charly y Zoca abandonaron el hotel y se refugiaron en casa de una amiga en la zona de Joatinga.
Mientras las mujeres estaban en otra habitación, Fito y Charly se quedaron en silencio en un sillón. Hasta que el de bicolor divisó una videocasetera y el VHS de Purple rain, la película de Prince.
“Estamos aquí reunidos para atravesar esta cosa llamada vida”, dice alguien en la película. Pero Fito estaba borracho, ensimismado y no hablaba. “Pero aquí estoy para decirles que hay algo más, un mundo donde nunca termina la felicidad y siempre se puede ver el sol”.
Todo terminaba con un solo de guitarra de proporciones épicas. Era melodramático y exagerado. Cursi y hermoso a la vez. Fito miraba en silencio cuando Charly resumió la película en una observación:
—¿Y este, cuando se caiga del caballo?
La frase cambió el clima pesado del living y le provocó un ataque de risa a Fito. Charly había notado el contraste entre lo que estaban viviendo, una noticia dominada por el dolor, y el delirio de la película. Fue la primera sonrisa del día para Fito, que siempre iba a agradecer ese momento.
«Él (Charly García) me hizo reír en una de las noches más negras de mi vida», recordó Fito
Fuga en tabú
El lunes 10 de noviembre Fito Páez aterrizó en Buenos Aires. En Ezeiza lo esperaban fanáticos y periodistas, además de Luis Alberto Spinetta con un nivel de angustia enorme. “El Flaco solía sufrir más por los demás que por él mismo”, anota Federico Anzardi en el libro.
Se abrazaron, charlaron y salieron a escondidas del aeropuerto. Al día siguiente Fito tuvo que declarar en una comisaría de Rosario. Contó cuál era el ritmo de la casa, habló de los movimientos cotidianos de las abuelas y dijo que los vecinos del barrio las querían a las dos. Declaró a la policía que estaban solas desde la muerte de Rodolfo, su padre.
Ese día nació una leyenda: que Fito estaba tan mal que no podía hablar y respondía a los policías a través de un sampler. Lo cierto es que el músico iba a todos lados con un Casio SK-1, un pequeño teclado que podía grabar y distorsionar voces y que usaba por pura diversión. Pero el autor de Hay cosas peores que estar solo aclara que no estaba bajo ningún efecto sedante o depresivo. Tampoco le faltaban las palabras. Y que era improbable que ese tipo de respuestas hayan quedado en una declaración oficial.
—Es muy poco lo que puedo decir con todo el lío que tengo en el mate —dijo Fito en una improvisada conferencia de prensa tras su ida a declarar—. Vine a contar cómo vivía mi familia en su casa, porque puede servir a la investigación; a contar cómo vivían esas maravillosas mujeres.
A la hora de hablar de posibles autores dijo que lo más probable era que se tratara “simplemente de un loco” y negó toda posibilidad de robo o venganza.
Allí le preguntaron si era adicto a los alucinógenos y si el mensaje de sus canciones podría haber provocado el crimen. La prensa insistía con la teoría de que pudo ser un crimen por drogas.
—Lo único que tengo ahora es mi música.
La serie de Netflix sobre la vida de Páez retrata con crudeza los asesinatos
Ciudad de pobres corazones
Sin familia y sin hogar —no contaba con Fabiana que se había quedado en Buenos Aires—, Fito Páez no sabía adónde ir después de declarar en la comisaría. Decidió quedarse en Rosario para cumplir con los trámites judiciales pero comenzó a consumir pastillas: Lexotanil y Emotival. También tomaba más de lo habitual.
Se instaló en el departamento de Liliana, una amiga de la época de Baglietto, mientras el caso decantaba en una aparente venganza por drogas y la fiscalía trataba de implicarlo.
Para graficar el ambiente, “Una salvaje orgía de sangre que hace pensar en un crimen ritual” y “¿Fito Páez víctima de una satánica venganza?” fueron dos de los titulares que se publicaron por entonces.
En medio del vuelo que agarró el caso, Fito volvió a declarar y reconoció que en la escena del crimen había marihuana, pero negó saber de dónde venía y acusó que alguien la había plantado.
Entre el asedio de la prensa y los curiosos, en el departamento de Liliana, Fito improvisaba en un teclado Yamaha DX 100 que había llevado. Probaba ideas y trataba de desarrollarlas sumido en la angustia permanente.
Cuando tocaba, divagaba sobre las teclas, despertaba la creatividad que había quedado comprimida por el estaba que portaba. Ya tenía todo lo que iba a necesitar para componer. Solo debía descubrirlo.
El sábado 15, ocho días después de los crímenes, entre esas paredes del departamento donde había un cuadro de Violeta Parra, Fito traducía de a poco todas sus emociones.
Ese día La Capital publicó un artículo en su contratapa que hablaba de la “cuota de excelencia forestal” de Rosario. El titular ocupaba todo el ancho de la página de formato sábana del histórico diario. Decía: “Ciudad de bellos parques y jardines”. Poco después a Fito se le ocurrió una versión más negativa del mismo lugar. Creía que Rosario no tenía nada bello para ofrecer.
Así empezó a escribir una advertencia para todos los que no habían caído en la desgracia que él ya conocía. Escribió con odio y miedo que en ese pueblo maldito todo se perdía.
Ciudad de pobres corazones
“El disco que nunca quise escribir”
Tras los días en Rosario y las responsabilidades con la justicia, Fito Páez volvió a Buenos Aires al hogar que compartía con Fabiana Cantilo. Volvía también el tedio. Allí permanecía todo el día como un trapo, tirado en un rincón de la cama, perdido y con una dieta basada en dosis poco recomendables de whisky, cerveza y calmantes.
Según describe Anzardi, Fito era una víctima que incomodaba a quienes pretendían ayudarlo. No quería hacer nada ni hablar con nadie. Fabiana fue clave en sacarlo del estado de “permanente borrachera, empastillamiento y anestesia”. En palabras de Fito:
—Fabi me agarró de los pelos una tarde, me puso en un Fiat y me llevó a la sala con Luis Alberto a ensayar La la la. Si eso es salvarle la vida a alguien, ella lo hizo. Y no fue la única vez que lo hizo.
Pero su relación estaba casi rota. Y no lograba deshacerse de sus demonios. Un día vio en una vidriera de una agencia de turismo un anuncio sobre las playas de Tahití. Quería desconectarse pero también volver a trabajar. Tenía una canción, Ciudad de pobres corazones, como inspiración para construir las demás.
En ese paraíso de clima cálido y aguas tropicales, que desentonaba con la brutalidad del triple homicidio, se refugió en el anonimato para terminar de drenar su dolor y acabar las composiciones que editaría en 1987.
Iba a ser apenas una canción, pero acabó componiendo su cuarto disco de estudio, el más rabioso y oscuro de su carrera y al que alguna vez presentó así:
—Es tal vez el disco que nunca quise escribir.
Bajo la dirección de Fernando Spiner, cada tema de Ciudad de pobres corazones tuvo un videoclip. Sumados en su totalidad formaban un mediometraje.
Gente sin swing
En Rosario, tras un año con pocas pistas, la policía finalmente dio con Walter de Giusti y su hermano Carlos, los homicidas.
Siguiendo una de las escasas pistas del caso, un efectivo se infiltró por semanas dentro del mundo de la prostitución en Rosario. La clave resultó ser Paola, una joven trans que confesó que el collar que usaba, un accesorio que perteneció a la abuela de Fito Páez, había sido un regalo de Walter.
Lo más escalofriante es que el homicida había sido compañero de Fito en el colegio. Todavía no está comprobado por qué lo hizo.
Responder