Radicada en México, Shadi Narváez describe el calvario que sufrió. Y habla de las protestas actuales .
Cuando Shadi Narváez (26) se remonta al momento en que supo que dejaría Barcelona para pasar un verano en Irán, el primer recuerdo que tiene es el entusiasmo que le generó el plan. Tenía 11 años y, en tanto hija de un hombre iraní, la idea de conocer la tierra natal de su padre se le antojó como una aventura que además le permitiría aprender el idioma y conocer más sobre sus orígenes.
“Mi madre es española, y a las dos nos pareció que sería lindo ir y conocer. El tema es que mi padre consiguió un trabajo y el plazo se fue estirando, hasta que nos quedamos definitivamente. Al principio fue divertido, pero al poco tiempo se volvió un martirio”, explica Narváez desde México, donde vive actualmente junto a su marido, el periodista mexicano Roberto de la Madrid (50).
Shadi se instaló en Teherán en 2007 y se topó de inmediato con una realidad radicalmente diferente a la que conocía. Desde la obligación del hijab y la separación de hombres y mujeres hasta la vigilancia constante de la policía de la moralidad, Shadi aprendió a navegar un mundo hostil y llegó a trabajar en una cadena televisiva de habla hispana.
Shadi Narváez junto a su pareja, Roberto de la Madrid, durante el tiempo que vivieron en Irán. Fotos: Gentileza Shadi Narváez y Roberto de la Madrid
Su vida, sin embargo, se dio vuelta por completo en 2017 cuando su padre se enteró que estaba saliendo con De La Madrid, y la denunció ante las autoridades de la cadena por estar con un hombre extranjero que no era musulmán. El hecho suponía un desafío inaceptable a la autoridad paterna y puso a la pareja bajo un microscopio, obligados a vivir con el miedo constante de saber que en cualquier momento podían ser detenidos.
Este calvario duró 4 años hasta que en 2021 decidieron irse de Irán para instalarse en México.
“Tengo mucha furia por lo que pasé, no sólo por lo que viví yo sino por lo que les pasa a todas las mujeres, sobre todo por lo que se está viviendo con las protestas actuales. Es un país hermoso, por sus paisajes y por su gente. A pesar de lo duro que fue, sin embargo estoy agradecida por las experiencias que pude vivir”, apunta Shadi.
Es consciente de que su relato inevitablemente trae ecos de la historia de las miles de mujeres que encabezan la ola de protestas que actualmente sacuden Irán y al régimen de los ayatollahs por la muerte de Mahsa Amini, una joven que había sido detenida no llevar puesto el velo de forma correcta.
“Hoy por hoy, no tengo ninguna intención de volver a Irán”, afirma enfática.
Un mundo nuevo y hostil
En cuanto llegó a Irán, Shadi se vio sometida a una suerte de doble exclusión. Y es que la división tajante de hombres y mujeres la obligaba a ella y a su madre a circular por separado de su padre, el único miembro de la familia que en ese momento sabía hablar farsi.
“Me acuerdo de subir a un colectivo y gritar ‘papá, ¿dónde vas?’, al ver que él se quedaba adelante y mi madre y yo teníamos que viajar en la parte de atrás. Todo era así, desde los edificios públicos hasta las bodas, los hombres por un lado y las mujeres por otro, y como mi padre era nuestro único contacto con ese mundo, nosotras quedábamos perdidas”, recuerda.
Durante el tiempo que vivió en Irán, Shadi Narváez, debió siempre adherir al código de vestimenta impuesto por el régimen. Fotos: Gentileza Shadi Narváez y Roberto de la Madrid
Al menos en una ocasión, sin embargo, la imposibilidad de entender el idioma fue una tabla de salvación para la madre de Shadi.
“Una vez quedé separada de mi madre. Al rato volví y la vi junto a una mujer que le decía algo una y otra vez. Sin embargo, al ver que mi madre no la entendía, se rindió y se alejó. Yo ya sabía algo del idioma, y me acerqué a ver qué quería. Era una mujer de la policía de la moralidad, que aparentemente pensaba que mi madre estaba haciendo algo mal y la quería detener”, explica.
Shadi recuerda a la temible policía de la moralidad como una “sombra del terror” con la que era inevitable encontrarse en la vía pública.
Mujeres y hombres que circulaban en minivans y hacían redadas para llevarse a las mujeres que infringían el código de vestimenta. Shadi acota que tuvo interacciones con ellos, pero por suerte nunca fue detenida.
Fue inscripta en un colegio llamado internacional donde fue compañera de otras chicas similares a ella, es decir, hijas de padres extranjeros o iraníes que venían de vivir afuera. Una experiencia que, a pesar de las restricciones constantes, recuerda como enriquecedora, en tanto le permitió aprender el idioma y entrar en contacto con otras culturas.
Shadi Narváez en Irán. Fotos: Gentileza Shadi Narváez y Roberto de la Madrid
Luego de terminar el secundario estudió Filología inglesa en la universidad y entró a trabajar a Hispan TV, una cadena televisiva de habla hispana en Teherán.
Fue allí donde a Shadi le tocó interactuar con los agentes de la Herasat, una fuerza que depende del Ministerio de Inteligencia y que patrullan todas las dependencias públicas y universidades con funciones similares a las de la policía de la moralidad.
“Se los veía en la entrada. Hombres de barba larga, anillos y ropa negra. Controlaban que las mujeres estuvieran vestidas de forma acorde y su poder era total. A tal punto, que si ellos determinaban que una estaba en falta, no había nada que un jefe de la cadena pudiera hacer y no la dejaban ingresar. Y si eras reincidente, podía pasarte algo peor”, explica Shadi.
Las fallas por las que eran amonestadas podían ser desde usar ropa apretada hasta uñas de colores. Un vestido no lo suficientemente largo o una porción de piel “indebida” que quedó expuesta. Inclusive obtenían fotos sacadas de adentro de la cadena, y podían hostigar a una mujer porque se sacó una prenda de ropa en el interior del lugar.
“Te trataban como si fueras un ser despreciable, era muy humillante. Tuve muchos cruces con ellos”, reconoce Shadi. Fue allí donde conoció a Roberto de la Madrid, que ya trabajaba como periodista en Hispan TV, y al poco tiempo empezaron a salir.
Amor y guerra
A la hora de hablar del infierno que se desató con su padre, Shadi apunta casi con curiosidad que, previo a eso, él no parecía adherir a esas restricciones a la mujer. Nunca le insistió en que usara hijab ni que observara algún tipo de devoción religiosa, más cercano a una suerte de secularidad occidental.
En la visión de Shadi, a su padre “se le rompieron los esquemas” cuando se enteró de que estaba en pareja con un hombre extranjero y no musulmán y la sumió en una pesadilla que ella jamás hubiera imaginado posible.
Shadi llevaba dos meses saliendo con De la Madrid cuando en 2017 la llamaron de la jefatura de Hispan TV para informarle que su padre había denunciado a la pareja.
Ella no le había contado nada sobre su relación, y al parecer su padre empezó a sospechar algo cuando encontró en la casa un ramo de flores que ella había recibido. Sin decirle nada a su hija, el hombre decidió ir y denunciar públicamente lo sucedido.
Shadi Narváez y Roberto de la Madrid debieron recurrir a un edicto religioso para poder casarse. Fotos: Gentileza Shadi Narváez y Roberto de la Madrid
En el relato que escuchó de parte de sus jefes, su padre había acudido a las autoridades de la cadena para recriminarles que el hecho era una violación a su autoridad, y casi culpándolos de que “no la cuidaron” y permitieron que sucediera.
La afrenta a su vez era doble: De la Madrid era extranjero y no era musulmán.
En una sociedad regida por el dominio absoluto del padre sobre la hija, donde los matrimonios son negociados entre familias, la denuncia constituía un hecho grave. Las autoridades del canal mandaron a Shadi a hablar con “la sección de mujeres”, una suerte de psicóloga pero enviada por el régimen, para que le sacara información sobre la situación.
“A partir de ese momento pasé a ser vista como una mujerzuela. Mis jefes me decían que la situación era delicada porque mi padre inclusive los había amenazado con denunciar la situación ante una autoridad religiosa. Todo esto nos sumió a Roberto y a mí en una situación abrumadora que hasta nos causó problemas de salud. Tuvimos picos de estrés por la angustia y el miedo que pasamos”, explica.
Fue durante este período que la madre de Shadi se convenció de que no soportaba más la vida en Irán y decidió separarse para volver a España.
La tensión de vivir sola con su padre y de seguir con De la Madrid se hizo insostenible, y Shadi decidió irse a vivir con su pareja. Para hacer eso, sin embargo, necesitaba un permiso legal para evitar ser detenidos que se llama «matrimonio temporal», y puede estirarse el tiempo que uno quiera.
Si bien en Irán es necesario tener una autorización paterna para casarse, hay situaciones en las que es posible esquivar ese reglamento. Shadi sabía que las mujeres divorciadas podían acceder a este derecho, y sumergirse en los edictos religiosos con la esperanza de encontrar algún vericueto que los salvara.
Entre cientos de mandamientos y comentarios, encontró la pizca de información que necesitaba: la autoridad religiosa determinaba que una mujer “impura”, una manera codificada de decir que ya no era virgen, era “indeseable” y por lo tanto quedaba por fuera del sistema.
Para lograr ese matrimonio temporal, Shadi debió entonces acudir a una médica que firmara un documento legal que constataba que ya no era virgen. Con ese documento luego debía ir a un imán, la única persona con autoridad para casarlos, y ver si accedía a hacerlo.
“Varios imanes nos rechazaron. Uno se tapó los oídos en cuanto escuchó que no era virgen al grito ‘cállate pecadora, no digas tu pecado en voz alta’, y otro pidió permiso para ir a leer el Corán antes de ofrecernos una respuesta, la cual finalmente fue negativa. Al final, conseguimos uno al que tuvimos que pagarle bastante más de lo que normal, y nos casó”, explica.
El permiso legal supuso un respiro momentáneo para la pareja, pero la situación seguía sumida en la tensión por la actitud intransigente del padre de Shadi. A esto se le sumó un agravamiento de la censura en la cadena televisiva en la que ambos trabajaban, lo que suponía un mayor peligro para De la Madrid en tanto extranjero. La sumatoria de todo hizo que en 2021 ambos decidieran irse de Irán para radicarse en México.
Tal vez como una macabra coincidencia, Shadi apunta que justo cuando estaban yéndose de Irán, las noticias se inundaron de golpe de varios crímenes de honor. Es decir, padres que asesinan a sus hijas por haber “faltado el honor” de la familia al tener relaciones no aprobados por sus padres.
Ante la inevitable pregunta de si alguna vez temió correr el mismo destino, Shadi queda en silencio por varios segundos antes de responder.
“Es algo muy fuerte de escuchar y de decir. Tuve muchísimo miedo de mi padre, sufrí violencia física y psicológica de su parte. Cuando se enteró de mi relación, empezó a llamarme a todas horas. En el canal me decían que llegaban denuncias de supuestos vecinos de Roberto quejándose de ruidos, o reportes de que yo estaba en su casa, y yo asumo que él estuvo detrás de todo eso. Pero la verdad es que quisiera creer que él no hubiera llegado hasta ese punto”, responde.
Un país de apariencias
Instalada en México, Shadi sin embargo sigue la ola de protestas en Irán a través de las noticias y del contacto con las amigas que aún mantiene allá. La escala de las manifestaciones le recuerda a otras que ya sucedieron en el país, lo que en un punto la torna escéptica de cuán exitosas puedan ser a la hora de torcerle el brazo al régimen de los ayatolas.
“Ojalá tengan éxito, pero en mi experiencia a la larga son destellos que el gobierno logra aplacar. Si la situación llega a ponerse grave, a lo mejor puede haber un cierto relajamiento de algunas restricciones, pero no mucho más”, explica como posible horizonte de posibilidades.
En su mirada, la dificultad por lograr ciertos avances se debe a un entrecruce de varias razones. Por un lado, el régimen se sostiene en parte porque hay grandes sectores de poder beneficiados por él dispuestos a luchar por sostenerlos.
Las calles de Teherán fueron tomadas por protestas luego de la muerte de Mahsa Amini. Foto: AFP
Shadi también apunta a cierto temor inherente a romper con lo que hay y entrar en una suerte de anarquía. En ese sentido, lo que ocurre actualmente en Siria es para muchos un factor de disuasión.
“Hay gente que dice ‘estoy agradecida con lo que tengo y no sé qué pasaría si las cosas se salen de control’. Hay miedo a una revolución”, acota Shadi, que al mismo tiempo reconoce que el nivel de descontento es grande.
“En el trabajo, diría que el 90% estaba disconforme con la situación actual, personas de todas las edades y procedencias”, completa.
Para Shadi, Irán es “el mundo de las apariencias”. “Me acuerdo que en el Ramadán, yo andaba caminando por los pasillos y de golpe entraba a una habitación donde había un montón de gente escondida en un rincón comiendo galletitas, asustadas de que las encuentren. Se sabía que si alguien que no era conocido por ser religioso empezaba de golpe a mostrarse muy devoto, era porque estaba buscando algo. Para ascender, hay que aparentar”, explica.
A la distancia, Shadi reconoce que si bien todavía le cuesta despegarse de la furia que tiene por lo que atravesó, y que en México se encuentra descubriendo la felicidad en sucesos tal vez nimios que antes jamás le hubieran llamado la atención.
“Siento el viento en el pelo y es una liberación”, completa, sonriente.
CB
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