Un estudio publicado en una revista de la Asociación Americana de Psicología concluyó que se subestima el deseo de los demás de recibirlos.
Si tuvieras un pedazo de lechuga en los dientes antes de hacer una presentación en público, ¿te gustaría que alguien te avisara?
Probablemente, ante esa situación, muchas personas responderían que sí porque eso les permitiría quitárselo. Sin embargo, muchos «comentarios constructivos» se guardan por temor a que el otro se ofenda, según concluyó un estudio publicado por la Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés).
El artículo que se titula «Sólo para que lo sepas»: Subestimar el deseo de los demás de retroalimentación constructiva», pone de relieve precisamente eso: que ante diversas situaciones subestimamos el deseo de los demás de recibir cierto feedback (retroalimentación), incluso cuando ese comentario podría ayudar a mejorar el desempeño o emendar un error, por ejemplo.
«Las personas con frecuencia tienen la oportunidad de proporcionar a otros comentarios constructivos que podrían ser útiles de inmediato, ya sea para informar a alguien sobre un error tipográfico en su presentación antes de la mostrársela a un cliente o advertirle que tiene una mancha en la camisa antes una entrevista laboral», sostuvo el autora principal, Nicole Abi-Esber, de la Escuela de Negocios de Harvard (en Estados Unidos).
Y añadió: «En general, nuestra investigación encontró que las personas subestiman el deseo de recibir comentarios de los demás, lo que puede tener resultados perjudiciales para los posibles destinatarios».
Según los autores del artículo publicado en Journal of Personality and Social Psychology, de la APA, la retroalimentación constructiva es fundamental para ayudar al aprendizaje y el desempeño.
Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago
La investigación arrojó dos conclusiones que muestran el desfasaje entre lo que se desea que el otro haga y lo que uno efectivamente hace ante la misma situación.
En las encuestas realizadas en el marco del trabajo, la mayoría de las personas informó que desea recibir esa retroalimentación constructiva. Sin embargo, cuando son ellas quienes están en posición de hacer esos comentarios, con frecuencia evitan hacerlos.
En un estudio piloto realizado por los investigadores, solo el 2,6% de los participantes informaron a un evaluador de una mancha visible en su rostro (por ejemplo, chocolate, lápiz labial o marcador rojo) durante la encuesta.
Investigaciones anteriores sugieren que las personas evitan hacer ese tipo de comentarios por miedo a una reacción negativa, como que la otra persona se sienta avergonzada o molesta.
Abi-Esber y el resto del equipo piensan que puede haber otra explicación. Su hipótesis es que no se reconoce completamente el potencial que implicaría el aporte a los demás, lo que lleva a las personas a subestimar el deseo del otro de recibir esa retroalimentación.
Probar la teoría
Para probar su teoría, los investigadores realizaron una serie de cinco experimentos con casi 2000 participantes para medir cuánto subestiman las personas el deseo de los demás de recibir comentarios constructivos.
En uno, a los participantes se les presentaron 10 situaciones sociales incómodas hipotéticas en el trabajo en las que podían dar o recibir comentarios constructivos.
Las situaciones planteadas fueron: tener manchas de transpiración en la camisa, una rotura en el pantalón, comida en la cara, pronunciar mal el nombre de un cliente, enviar mensajes de texto durante una reunión.
También se plantearon cuestiones más relevantes, como cometer un error en un informe, hablar muy rápido durante una presentación, interrumpir varias veces durante, formular preguntas de forma muy agresiva, o parecer grosero en los correos electrónicos.
En otro experimento, se les pidió a los participantes que recordaran una situación en la que podrían haber dado o recibido comentarios constructivos.
Y en el experimento final, fueron divididos en grupos: unos tenían que practicar un discurso para una competencia, y los demás darles feedback.
Resultados
Los resultados de todos esos experimentos fueron en la misma línea: en todos, las personas en posición de dar retroalimentación subestimaron constantemente el deseo de recibirla de los posibles receptores.
Cuanto más importante era esa retroalimentación (por ejemplo, decirle a alguien que necesita mejorar sus habilidades de presentación), menos probable era que la ofrecieran.
La brecha era menor en escenarios más cotidianos y menos importantes, como cuando la otra persona tenía comida en la cara o un agujero en los pantalones.
Ponerse en el lugar del otro
Los investigadores se sorprendieron al descubrir que la simple intervención de ponerse en el lugar del otro podría aumentar las chances de que alguien reconociera la necesidad e hiciera el comentario constructivo.
«Si fueras esa persona, ¿querrías comentarios?» Esa pregunta ayudó a los participantes a reconocer el valor de la retroalimentación para la otra persona y ayudó a cerrar la brecha entre el emisor y el destinatario.
«Incluso si dudás de dar tu opinión, te recomendamos que la des«, aconsejó Abi-Esber. «Tomate un segundo e imaginá que estás en el lugar de la otra persona y preguntate si quisieras retroalimentación si fueras ellos. Lo más probable es que sí», sostuvo.
«La retroalimentación es clave para el crecimiento y la mejora personal, y puede solucionar problemas que de otro modo serían costosos para el destinatario», afirmó por su parte la coautora Francesca Gino, también de la Escuela de Negocios de Harvard.
“La próxima vez que escuches a alguien pronunciar mal una palabra, veas una mancha en su camisa o notes un error tipográfico en su diapositiva, te instamos a que se lo señales, probablemente esas personas quieran comentarios más de lo que pensás», concluyeron.
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