El territorio rumano atesora algunas de las principales joyas arquitectónicas del continente europeo
Hay lugares que sorprenden. Rincones de los que, por desconocimiento, desinterés o falta de promoción, no se sabe mucho ni son los primeros destinos cuando se piensa en un viaje. Rumania es uno de ellos.
Y, también, es uno de esos países que logran cautivar al visitante que se aventura a descubrirla. Bien sea quedándose en la superficie recorriendo simplemente Bucarest, su capital.
O bien sea sumergiéndose de lleno en su vasta e interesantísima historia, sus sobrecogedores paisajes, o sus imponentes castillos. Estos, precisamente, son unos de sus principales atractivos a nivel turístico.
Algunas de estas fortalezas destacan por sus historias macabras (sean verídicas o no, y si no, que se lo digan al de Bran, más conocido como el castillo de Drácula).
Otros, por su arquitectura y sus formas que parecen sacadas de un cuento de los Hermanos Grimm… O de un relato de Edgar Allan Poe.
Y otros, claro, por la excelsa conjugación de su apariencia moldeada por el hombre y su ubicación en los siempre cautivadores paisajes de Transilvania. Si hay una ruta en Rumania que valga la pena, esa es la que recorre sus castillos de norte a sur.
1. Peles, a la vanguardia de las monarquías europeas
No hay mejor forma de empezar el recorrido por los castillos de Rumania que haciéndolo por uno que no lo es. Al menos, no en el sentido estricto de la palabra, aunque sí es conocido como tal: el castillo de Peles.
Este lugar, que más bien es un palacio, fue construido entre 1873 y 1914 por el arquitecto Karel Liman como residencia de verano del rey Carlos I, de origen alemán. Esta ascendencia ha dejado una profunda impronta en la arquitectura del castillo, ya que tiene una marcada influencia germana tanto en su arquitectura como en su decoración. Peles se alza en Sinaia, pero perfectamente podría ubicarse en Bavaria.
Más allá de sus pintorescos y no muy extensos jardines, el castillo de Peles resulta fascinante desde su mismísima entrada, con un impresionante patio repleto de colorido y decoraciones.
Una vez dentro, la ornamentación del palacio se disfruta mediante un recorrido unidireccional por sus más de ciento sesenta habitaciones, donde destacan el gran salón, profusamente decorado con maderas oscuras en contraste con su techo de cristal, la habitación turca o la estancia donde Carlos I ordenó construir una réplica de la tumba de Lorenzo de Medici en la capilla homónima de Florencia.
A toda esta belleza, hay que sumar prodigios tecnológicos, como el hecho de que fue el primer palacio de Europa en contar con electricidad (generada por su propia central eléctrica) y ascensor.
2. Bran, el castillo de Drácula
Uno de los monumentos más explotados turísticamente de Rumania se encuentra en Transilvania, en la localidad de Bran: el castillo de Drácula. Sin embargo, Vlad el Empalador (el personaje histórico sobre el que se basa la historia de Bram Stoker), jamás vivió allí, sino en el castillo Poenari.
De hecho, según se cuenta, tan solo pasó un par de días encerrado en una de las mazmorras del castillo de Bran, en su camino a una prisión de Budapest tras haber sido capturado por las tropas del imperio otomano, su mayor enemigo. No obstante, lo cierto es que el escritor irlandés sí se inspiró en el castillo de Bran para elaborar la lúgubre atmósfera de su obra maestra.
Ese vínculo entre esta fortaleza construida en el siglo XIV y el vampiro más famoso de la literatura, es palpable en cada uno de sus rincones. En su interior, hay estancias dedicadas a las películas del conde Drácula (con vestuario y atrezo incluidos), información sobre la figura de Vlad Tepes e incluso estancias dedicadas a otros seres mitológicos de Rumanía.
Más allá de esto, el castillo resulta bastante austero en cuanto a decoración, pero no por ello deja de ser muy interesante arquitectónicamente y, por qué no decirlo, fascinante a nivel estético.
3. La fortaleza de Rasnov y su gran importancia militar
A caballo entre las regiones de Valaquia y Transilvania se encuentra el castillo de Rasnov, erigido en lo alto de una montaña. La ubicación de la fortaleza, evidentemente, no es casual: fue construida allí en el siglo XIII para defender el valle del avance de los tártaros y los otomanos.
De gran importancia histórica y militar, es una de esas llamadas fortalezas campesinas, ya que los habitantes de Rasnov, cuando el enemigo estaba al caer, se encerraban en la ciudadela para convertirla en una ciudad durante el tiempo que durase el asedio. Incluso años.
Después de haber sido abandonada en el siglo XVIII tras un incendio y un terremoto, el castillo de Rasnov ha sido recientemente restaurado para recuperar el esplendor.
Actualmente, es posible visitar la mayor parte de sus edificios, como las casas de la época, la escuela, una capilla e incluso un Museo de Arte Feudal, donde se exhiben utensilios medievales, armas y trajes de la época.
Una vez finalizada la visita, es de obligado cumplimiento acercarse hasta la vecina localidad de Brasov, a tan solo 20 kilómetros. Este es uno de los municipios más bonitos de Rumanía por su colorido centro histórico y su magnífico patrimonio cultural.
4. Corvin, una joya arquitectónica que vale la pena descubrir
A casi 300 kilómetros al oeste de los anteriores castillos, se encuentra el castillo de Corvin, también conocido como el castillo de Hunyad. No es solo uno de los edificios góticos más grandes de Rumania, sino que también cumple todos los clichés que se esperan de un castillo: altas almenas, torres picudas, acceso mediante un puente sobre un foso, mazmorras… Y leyendas, por supuesto.
La más famosa de ellas, y también la más rentable turísticamente, es la que afirma que Vlad el Empalador estuvo preso siete años entre sus muros (en comparación con los dos días de Bran). Otras, están relacionadas también con el sufrimiento y la tortura de prisioneros turcos.
El castillo de Corvin fue construido en el siglo XIII, aunque su aspecto actual se debe a las reformas que sufrió en los siglos XIV y XV, así como a una profunda restauración reciente. Consta de tres plantas visitables, casi todas ellas vacías en lo que a mobiliario se refiere, pero que resultan igualmente fascinantes para todo aquel que quiera viajar a la edad media sin salir de Rumanía.
Como curiosidad, cabe destacar que esta fortaleza ha llegado a inspirar a otras, como el castillo de Vajdahunyad en Budapest, construido a finales del siglo XIX para una exposición a imagen y semejanza de su homólogo rumano.
5. Poienari, la verdadera casa de Drácula
Parece que existe una condición sine qua non para ser un castillo en Rumania: haber sido construido en el siglo XIII y tener relación con Drácula.
El castillo de Poienari cumple ambos requisitos, especialmente el segundo, ya que este sí que fue el verdadero hogar de Vlad Tepes. El propio y legendario príncipe valaco se encargó de restaurar el castillo en el siglo XV, tras varias décadas abandonado que lo habían llevado hasta un estado ruinoso.
Tras las obras, Vlad el Empalador lo convirtió en su residencia habitual y principal baluarte en la defensa de su territorio contra el imperio otomano.
Sin embargo, de poco sirvieron las obras de Drácula en el castillo, ya que en la primera mitad del siglo XVII volvió a caer en el abandono y, actualmente, se encuentra en un estado de conservación mucho peor que el de Bran o el de Corvin. Aunque habrá quien diga que esto lo hace aún más auténtico que los otros.
Lo que sí está claro es que, por su historia y por su enorme belleza paisajística, Poienari merece ser incluido con honores en el listado de los castillos más bonitos de Rumanía.
Oscar Fernández / La Vanguardia
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