Tal como fue su voluntad, a Sandra West la sepultaron hace 45 años en una Ferrari 330 América de 1964.
En el cementerio Alamo Masonic de San Antonio, Texas, permanece enterrada una Ferrari. El insólito pedido de su dueña, de ser sepultada dentro de su auto preferido, mantiene allí a una de los modelos más lujosos y potentes salidos de Maranello en la década del 60.
«Sandra West, 1939-1977″, dice la lápida que acompaña la tumba de la bella y millonaria texana que falleció trágicamente a sus 38 años. West fue una mujer hermosa, según cuentan las crónicas sobre su fallecimiento, que se había casado con un magnate petrolero.
Multimillonaria, West había alcanzado una vida que parecía perfecta de muy joven, hasta que su marido murió repentinamente en 1968, con sólo 34 años. Ella tenía apenas 29 y toda una vida por delante, aunque el mundo repleto de lujos, excentricidades, joyas y autos caros comenzó a desmoronarse.
A pesar de su juventud, la soledad la sumergió en una profunda crisis que derivó en el abuso de medicamentos antidepresivos. Según algunas crónicas de la época en medios locales, se indicó una posible sobredosis como la causa de su temprana muerte en 1977, mientras que otros se la adjudicaron a las graves secuelas sufridas tras un accidente de tránsito ocurrido un año antes.
La inhumación de una bella mujer y su Ferrari
Sandra West no tenía una, sino tres Ferrari. Dos de ellas, junto con el resto de sus bienes, fueron incluidas en su testamento como legado para su cuñado, el único destinatario de su millonaria herencia. Su preferida, una Ferrari 330 América del año 1964, de color azul claro, fue la que decidió llevarse a la tumba. Y lo dejó ordenado con indicaciones precisas sobre cómo debía realizarse su entierro.
Nunca se supo si el extravagante deseo se debió a su “tendencia a la paranoia”, tal cual indicaban los informes psicológicos que trascendieron entonces, o por su amor a la sofisticada coupé italiana. Lo cierto es que West fue sepultada, tal su pedido, al volante de la Ferrari, con el asiento abatido, con su ropa interior de noche y acompañada por sus joyas.
Según el deseo de West, la Ferrari se enterró dentro de una enorme caja de madera (de 5,2 metros de largo, 2,4 de ancho y 1,80 de alto) con el fin de evitar que se deteriore la carrocería, y por sobre ella se colocó una capa de cemento para evitar excavaciones y posibles profanaciones en busca de un auto muy apreciado, como todo representante del Cavallino Rampante.
Diseñada por Pininfarina, la Ferrari 330 América apareció en 1963 como una lujosa coupé 2+2 (cuatro plazas), equipada con un motor V12 de 300 caballos. Bajo esa denominación sólo se hicieron 50 unidades, y de toda la serie 330 se produjeron unos 1.000 autos. Un modelo similar, el 330 GT 2+2 de 1964, fue el primer vehículo de un ya popular John Lennon.
La historia de Sandra West tuvo alta repercusión en los Estados Unidos y los medios reflejaron el inédito sepelio como un evento extraordinario. Incluso algunos periódicos indicaron que la ceremonia se descontroló cuando más de 300 curiosos se acercaron para ver cómo la grúa introducía en el enorme pozo la caja con la Ferrari y West al volante.
Pasaron 45 años y ambos siguen allí. El cementerio de la ciudad texana de San Antonio está incluido como atracción turística en varios de los recorridos que se ofrecen por la ciudad, ya que ahí se encuentran los restos de otras personalidades históricas del estado sureño. Parada ineludible, la tumba de West y su Ferrari se lleva el mayor interés por parte de turistas, historiadores y curiosos.
Aún debajo de la tierra una Ferrari puede ser atracción
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