La novela más famosa de la autora nacida en Rusia glorifica una huelga de empresarios
Alisa Zinovievna Rosenbaum nació en San Petersburgo el 2 de febrero de 1905. Su familia se instaló en Crimea cuando llegó la Revolución. De vuelta en su ciudad natal, estudió filosofía e historia. Por esos años, y espantada del comunismo, escribió su primera novela, Los que vivimos, que pudo publicar en 1936 cuando ya estaba instalada en Estados Unidos y había adoptado el seudónimo de Ayn Rand. Había emigrado en 1925 y no regresó más a la Unión Soviética.
Trabajó en Hollywood y allí conoció a su marido, el actor Frank O´Connor. En 1938 apareció su segunda novela, Himno, donde comenzó a tomar forma su ultraindividualismo. El momento de éxito llegó en 1943 con El manantial. El protagonista es un arquitecto, Howard Roark, que se revela contra la burocracia y demuele un complejo de edificios que había diseñado. Llevado a juicio, su alegato se convirtió en el medio a través del cual Rand sentó las bases del objetivismo, como denominó a su filosofía personal.
El manantial se convirtió en un best seller y le dio fama a su autora. Fue llevada al cine en 1949. Para entonces, Rand estaba enfrascada en la escritura de la que sería su libro más conocido.
Conviene detenerse en el argumento de La rebelión de Atlas, aparecida en 1957. Un repaso a su trama permite comprender por qué, amén de cuestiones de copyright, no llegó al cine o a la televisión en pleno apogeo de las ideas más aproximadas a las de Rand, en los ’80. El hueco lo llenaron series como Dallas y Dinastía. Dicho de otra manera: J. R. Ewing y Alexis Carrington tienen más sustancia que los personajes de La rebelión de Atlas. A continuación, un resumen de la obra, que puede saltearse si hay intención de leer el libro.
Una antiutopía contemporánea
La historia de La rebelión de Atlas (Atlas Shrugged en su versión original) se ubica en un presente distópico en los Estados Unidos. La familia Taggart maneja una poderosa ferroviaria. La joya de la corona es el transporte de cobre desde unas minas en México, propiedad de un noble europeo, Francisco D´Anconia, que se exilió y, según cuenta Rand, inició su periplo latinoamericano en la Argentina. El aristócrata invirtió 15 millones de dólares. Semejante suma se convierte en la nada cuando el gobierno mexicano expropia las minas y el ferrocarril de los Taggart. El espejo de Rand es la nacionalización del petróleo por parte de Lázaro Cárdenas en 1938, que expulsó a los trusts estadounidenses. Lo curioso es que Rand corre al nacionalismo económico de Cárdenas y el PRI a la izquierda revolucionaria al hablar de “República Popular de México”, lo cual remite a la República Popular China. Lo mismo dice de Noruega y de Portugal, país que, al momento de publicarse la novela, todavía sufría la dictadura fascista de Salazar.
Los Taggart se quedan sin recursos tras la nacionalización mexicana y encima precisan expandir sus vías hacia otros puntos de los Estados Unidos. Entonces deciden apostar por una aleación diseñada por un empresario metalúrgico, Hank Rearden. El denominado “acero Rearden” parece algo novedoso y seguro, aunque hay estudios que dudan de su fiabilidad. Rearden sufre la presión del gobierno de los Estados Unidos, que quiere quedarse con su empresa a través de un ente llamado Instituto Científico del Estado. A esto se suma que toda iniciativa empresarial de Rearden y los Taggart se ve amenazada por una versión extrema de una ley antimonopolios que aprueba el Congreso. La ley de Igualación de Oportunidades establece que no se puede tener más que una sola empresa.
La ambiciosa Dagny Taggart convence a su hermano Jim de crear una empresa subsidiaria para burlar la ley, que ella dirigirá con el objeto de concretar una línea férrea hacia Colorado, que utilizará el cuestionado “acero Rearden”. Los sindicatos se oponen, por motivos de seguridad, y ella presiona con que no contratará a ningún trabajador sindicalizado. El tren de Dagny cruza sin problemas un puente diseñado con la aleación de Rearden.
Mientras, el Gobierno ordena racionalizar los recursos naturales y el Instituto Científico del Estado presiona a Rearden para comprarle su metal, al tiempo que amenaza con llevarlo a juicio por haberle vendido unas cuantas toneladas a un industrial. Dagny descubre en una fábrica abandonada un modelo de motor que podría ser revolucionario y se embarca en la búsqueda de su creador para poder desarrollarlo. El misterioso inventor sería un tal John Galt, cuyo nombre recorre la novela a través de la recurrente pregunta “¿Quién es John Galt?”, que se usa como latiguillo en varios diálogos.
A todo esto, sale una normativa gubernamental que prohíbe despidos, congela salarios, precios y dividendos y además fija cuotas básicas de producción. Por si fuera poco, se establece la cesión de la propiedad intelectual al Estado a través del Certificado de Otorgamiento Voluntario. Rearden acepta esto bajo el chantaje del Instituto Científico del Estado, que amenaza con hacer público el romance del empresario, un hombre casado, con Dagny Taggart. La heroína de la novela tiene que lidiar con un accidente de su ferrocarril, que le acarrea mala prensa.
En eso, entra en escena un pirata noruego llamado Ragnar Danneskjöld, perseguido por las autoridades. Se encuentra con Rearden y se solidariza con él. Le dice cuál es su objetivo: “Persigo a un hombre al que quiero destruir. Murió hace siglos, pero hasta que el último rastro de él haya desaparecido de la Tierra no tendremos un mundo decente donde vivir”. La obsesión del noruego pasa por un personaje de ficción: Robin Hood. “El que se dedicó a robar a los ricos para dar a los pobres. Pues bien, yo soy el hombre que roba a los pobres y les da a los ricos… o para ser más exacto, el hombre que roba a ladrones pobres para darles a los ricos productivos”.
Dagny sale al mando de una avioneta en busca de Daniels, el científico al que encargó que investigue el motor atribuido a Galt. La avioneta cae en el desierto y es rescatada por el mismísimo Galt, que vive en comunidad con otros empresarios, con los que piensa vengarse de los saqueadores a través de un lock-out. Le confirma a Dagny que él creó el revolucionario motor y resulta que es amigo de D´Anconia y Danneskjöld. Al mismo tiempo, el Estado virtualmente nacionaliza el sistema ferroviario, con lo cual se hace del control de la empresa de los Daggart. Además, se planea la nacionalización de las minas de cobre de D´Anconia en todos los países donde se encuentra.
El día en que Chile se dispone a expropiar la producción de cobre de D´Anconia (paso previo para que lo haga la “República Popular de Argentina”) explotan todas las minas del empresario. Ya no hay cobre. Días más tarde, se rompe un cable de cobre en Minnesota y no hay repuesto. Se para toda la producción de granos. La falta de repuestos de cobre produce la parálisis en los Estados Unidos. Hay estados que piensan en separarse del resto del país e incluso hay linchamiento de cobradores de impuestos, los malos de la película, mientras se mantiene el paro patronal.
Galt sabotea una transmisión radial y televisiva de funcionarios del Gobierno. A lo largo de un extenso monólogo de 50 páginas, expone su defensa del individualismo. Las autoridades lo capturan y lo torturan con descargas eléctricas para que lidere la restauración del anterior orden económico. Se niega. El Gobierno cae y Galt celebra que sus ideas pueden refundar al mundo.
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