Graduado en Harvard, se chocó por accidente con el deporte que lo hizo millonario. Este viernes, con 90 años, organiza la 2.167ª velada de su prolífica carrera.
El californiano Arnold Barboza y el puertorriqueño Danielito Zorrilla se enfrentarán este viernes en un combate entre dos superligeros invictos. Para Barboza, será su 27ª pelea profesional; para Zorrilla, su 17ª. Para Bob Arum, quien estará sentado en la primera fila del ring side desde el inicio de la velada en el Pechanga Resort & Casino de Temecula, a mitad de camino entre Los Ángeles y San Diego, será la 2.167ª cartelera que lo tendrá como organizador en una carrera que comenzó hace 56 años, cuando todavía no había presenciado siquiera un show de boxeo en un estadio.
Si el Guinness World Records se hubiese ocupado de la vida de este hombre nacido el 8 de diciembre de 1931 y criado en el barrio judío de Crown Heights (Brooklyn), tendría que haberle dedicado un capítulo completo. Casi 10.000 boxeadores trabajaron con el promotor que organizó festivales en 22 países de cinco continentes. Entre ellos estuvieron Muhammad Ali, Sugar Ray Leonard, George Foreman, Marvin Hagler, Óscar De la Hoya, Floyd Mayweather y Manny Pacquiao. No con todos terminó en buenos términos.
Fundada en 1973 y afincada en Las Vegas desde 1986 (antes tuvo su sede en Nueva York), Top Rank es la promotora más añeja de la actualidad y la que mejor supo adaptarse a los cambios en sus cinco décadas de existencia. De ello se ha encargado Arum, quien, pese a sus 90 años, sigue siendo el cerebro de la empresa, aunque le ha cedido la presidencia a uno de sus hijastros, Todd duBoef. “Hoy hay que dedicar mucho tiempo a las redes sociales. Y tenés que hacerlo vos mismo y hacerlo de una manera muy intensa”, explicó hace poco más de dos meses en una entrevista con ESPN.
El nombre de este abogado graduado en la Facultad de Derecho de Harvard es sinónimo de boxeo, aunque a principios de la década de 1960 su destino parecía orientado a la función pública: trabajó como fiscal de distrito en Nueva York y luego en el Departamento de Justicia de los Estados Unidos durante los gobiernos de John Kennedy y Lyndon Johnson. Ese último empleo, en tiempos en que el procurador general era Robert Kennedy, lo puso en contacto por primera vez con el pugilismo.
En septiembre de 1962, cuando era director de la División de Impuestos del Departamento de Justicia, le tocó efectuar la retención impositiva de las bolsas que Floyd Patterson y Sonny Liston cobrarían por su primer duelo por el título mundial pesado en Chicago (Liston se impuso por nocaut en el primer asalto). Como existía la sospecha de que el empresario Roy Cohn, organizador del evento, planeaba eludir al fisco con una triangulación al extranjero, Arum lo interrogó durante 10 jornadas. “Aprendí mucho sobre boxeo en esos días”, contó años más tarde.
En 1965, ya desvinculado de la administración pública y en funciones en un bufete de abogados, volvió a tomar contacto con el pugilismo a través de uno de sus clientes, el publicista y productor televisivo Lester Malitz, vinculado a las transmisiones de boxeo. Fueron él y el jugador de fútbol americano y actor Jim Brown, que trabajaba con Malitz, quienes le propusieron que fuera promotor.
Brown lo puso en contacto con Muhammad Ali y luego con Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam, a la que pertenecía el monarca mundial de los pesados. A partir de ese cónclave se transformó en el abogado y promotor de Ali. Su primera tarea fue organizar la tercera defensa del título del campeón de Louisville, que inicialmente iba a ser contra Ernie Terrell y terminó siendo, conflictos mediante, frente al canadiense George Chuvalo el 29 de marzo de 1966 en el Maple Leaf Gardens de Toronto.
“Este es un negocio duro, pero esa primera pelea fue, por mucho, la promoción más dura que hice”, recordó el año pasado. Las dificultades surgieron a partir de la negativa de Ali de enlistarse en el Ejército estadounidense para ir a Vietnam. Convertido en el enemigo público número uno, el campeón fue rechazado en todos los estados de su país, por lo que la velada terminó celebrándose en Canadá y con Chuvalo como adversario. Aquel evento se realizó bajo el paraguas de Main Bout, la empresa que Arum gestó junto a Jabir Herbert Muhammad, mánager del boxeador, y que en 1973 se convertiría en Top Rank.
Arum organizó otros 24 combates de Ali hasta 1978 (entre ellos, el que protagonizó ante Oscar Bonavena en Nueva York en noviembre de 1970) y luego también varias de las peleas más notables que el boxeo ofreció desde entonces: Sugar Ray Leonard-Roberto Durán, Alexis Argüello-Aaron Pryor, Marvin Hagler-Thomas Hearns, Michael Carbajal-Humberto González, Óscar De la Hoya-Julio César Chávez, De la Hoya-Félix Trinidad y la mayoría de las grandes presentaciones de Manny Pacquiao (ante Mayweather, De la Hoya, Juan Manuel Márquez, Shane Mosley, Miguel Cotto y Ricky Hatton, entre otros).
Aunque, claro, no todas sus programaciones rayaron tan alto y algunas tuvieron desenlaces indeseados. El abogado fue el promotor del combate por el título ligero de la Asociación Mundial de Boxeo en el que el estadounidense Ray Mancini le ganó en Las Vegas en noviembre de 1982 al surcoreano Kim Duk-koo, quien falleció cuatro días después como consecuencia del castigo recibido. Pese a ese final luctuoso, no es esa la velada que Arum suele rememorar cuando hace referencia a los peores momentos de su carrera, sino una frustrada que debía tener como protagonista a un argentino.
El 24 de febrero de 1979, Víctor Galíndez debía enfrentar a Mike Rossman por el cetro mediopesado de la AMB en la revancha del duelo que el estadounidense había ganado en septiembre del año anterior. Pero debido a una disputa entre el organismo con sede en Panamá y la Comisión Atlética de Nevada por la designación del árbitro y de los jueces, el Leopardo se negó a pelear a minutos del inicio de la contienda.
A Arum le tocó trepar al cuadrilátero del Caesars Palace de Las Vegas, en el que Rossman ya estaba instalado y a la espera de su contendiente, y anunciar a los 4.000 espectadores que no habría pelea y que el dinero de las entradas sería reintegrado. “Galíndez no iba a subir al ring con jueces de Nevada. Había una gran asistencia, pero el combate no ocurrió. Fue algo devastador”, recordó en 2013.
Ninguna de esas situaciones lo hizo retroceder. Tampoco encontró demasiados reparos en coyunturas políticas que pudieran representar una traba a sus ambiciones. Entre 1979 y 1982, en plena vigencia del régimen de apartheid y haciendo oídos sordos a la recomendación de la Organización de las Naciones Unidas, organizó veladas en Sudáfrica. Incluso llevó sus espectáculos al territorio de Bophuthatswana, un estado creado por el Gobierno sudafricano cerca de la frontera con Botsuana y no reconocido por la comunidad internacional en el que había sido recluida la población de la etnia tswana, a la que se le había quitado la ciudadanía.
“Me da igual que Bophuthatswana sea una nación independiente o no, eso no tiene nada que ver con el boxeo. Prefiero que las Naciones Unidas determinen si esta gente es una marioneta o no. Mientras yo pueda hacer negocios, la política, francamente, me aburre”, reconoció el abogado en octubre de 1979, en la víspera de la pelea por el título pesado de la AMB entre el estadounidense John Tate y el sudafricano Gerrie Coetzee en Pretoria.
También fue pionero en llevar grandes carteleras a China, un país al que Estados Unidos identifica como su gran enemigo de estos tiempos. “Es una nación de 1.400 millones de personas y que será una verdadera superpotencia. Si se hace bien, este será el principal público de boxeo en el mundo”, pronosticó en 2013. Comenzó organizando funciones en Macao, conocida como Las Vegas de China (allí combatió Pacquiao dos veces), y luego se expandió a otras ciudades como Beijing, Shanghái, Qingdao y Jinan.
Más de cinco décadas en un negocio sumamente complejo han dejado manchas en el traje de Arum. En 2000, debió aceptar una suspensión de seis meses en Nevada y pagar una multa de 125.000 dólares tras admitir que había pagado sobornos al fundador y presidente de la Federación Internacional de Boxeo, Robert Lee, para manipular los ranking del organismo. Por ese testimonio (y otros en la misma línea), Lee fue condenado a 22 meses de prisión. Solo un par de años más tarde, el FBI inició una investigación alrededor de Top Rank por supuesto arreglo de peleas. La pesquisa se cerró en 2006 sin resultados positivos.
También hubo varios boxeadores que le plantearon disputas legales por problemas contractuales. El último que lo hizo llevó las cosas más allá: en noviembre de 2021, Terence Crawford, campeón wélter de la Organización Mundial de Boxeo y uno de los mejores púgiles libra por libra de la actualidad, se desvinculó de Arum tras una década de trabajo conjunto y apenas unas semanas después lo demandó ante un tribunal de Nevada porque, según alegó en la presentación, los “repugnantes prejuicios raciales” del promotor le impidieron ganar millones de dólares.
En el escrito presentado por Bryan Freedman, abogado del púgil, Crawford, que exige un resarcimiento de 10 millones de dólares, resaltó “el racismo sistémico que recorre Top Rank, la total incapacidad de Top Rank para promocionar adecuadamente a los púgiles negros y el trato desigual de Top Rank, Arum y Todd duBoeuf a los púgiles negros”.
Arum negó categóricamente la acusación, sostuvo que había perdido 20 millones de dólares por promover la carrera de Crawford y argumentó que ello se debía a la falta de habilidad del pugilista para vender sus peleas en eventos de pago-por-evento. “Su capacidad de comercialización no estuvo a la altura y eso no tiene absolutamente nada que ver con su raza. Pueden llamarme tacaño o codicioso, pero no racista. Eso es una puta estupidez”, replicó.
Con 90 años, una fortuna estimada de 300 millones de dólares y una patología en una de sus rodillas que lo obliga a utilizar una silla de ruedas cuando debe recorrer distancias largas, Arum, que desde 1999 integra el Salón Internacional de la Fama del Boxeo, sigue manejando la carrera de campeones como Tyson Fury, Devin Haney, Artur Beterbiev o Shakur Stevenson y no tiene fecha de vencimiento.
En 2013 le consultaron cuándo se retiraría y respondió que lo haría solo cuando lo introdujeran en un cajón de madera. Y al momento de pensar en su legado, se ilusionó: “Me gustaría que me recordaran como alguien que fue justo con los boxeadores, desarrolló sus carreras, les pagó bien y se preocupó por ellos. Espero que en mi funeral, si algunos de los boxeadores están presentes, digan eso”.
El duelo con Don King
Como Súperman y Lex Luthor, como Batman y el Guasón, como el Hombre Araña y el Doctor Octopus, Bob Arum tuvo un archienemigo en el universo del boxeo: Don King, quien, al igual que él, el año pasado cumplió 90. Durante más de cuatro décadas, cruzaron insultos, acusaciones y demandas, e intentaron muchas veces arrebatarse boxeadores (varias con éxito), pero también compartieron negocios.
Desde que debieron trabajar juntos por primera vez en la organización del tercer enfrentamiento entre Muhammad Ali y Joe Frazier en Manila en 1975, su relación fue tormentosa. Incluso una leyenda no confirmada por ninguno de los dos asegura que King, un buscavidas de Cleveland que había cumplido pena de prisión por homicidio antes de vincularse al boxeo, llegó a contratar a un grupo de sicarios para asesinar a su némesis.
King definió a Arum como “maestro del engaño”, “apóstol del apartheid” y “esclavista”, y aseguró que era “una de las personas más taimadas y malvadas” que había conocido. Arum describió a King como “canalla”, “tramposo” y “charlatán”, y sostuvo que era “un cáncer para el deporte” y “una vergüenza para los negros”. Nada de ello fue óbice para que juntos fraguaran duelos como Leonard-Duran en 1980, Chávez-De la Hoya en 1996 o De la Hoya-Trinidad en 1999.
También la política doméstica los separó antes de las elecciones presidenciales de 2016. King participó activamente de la campaña de Donald Trump, con quien había trabajado en las décadas de 1980 y 1990 en la promoción de eventos que se llevaban a cabo en los casinos del magnate. Históricamente cercano a figuras demócratas de peso (aunque siempre se definió como un votante independiente), Arum apoyó abiertamente la candidatura de Hillary Clinton.
A pesar de todas las rispideces, en los últimos años, en los que el hombre del cabello electrizado se fue alejando de la promoción de grandes eventos y limitó su tarea a la representación de un puñado de boxeadores, los dos viejos adversarios se acercaron y se mostraron mucho más respetuosos y cordiales.
“Si sos un atleta y superás a un oponente inferior, eso no te mejora. Don era un oponente digno. Nunca ha habido un mejor vendedor en el boxeo que él. Él era mi vara, fue un tipo que me hizo trabajar muy duro. Creo que me hizo un mejor promotor, al igual que yo lo hice a él”, elogió Arum a su otrora rival en 2018 durante una amable charla compartida.
“No sabría lo bueno que soy si no tuviera a Bob para compararme. Tiene un gran talento y un gran ingenio. Me hizo trabajar el triple para intentar estar por delante de él. No tengo más que admiración y respeto por Bob”, le devolvió las flores King.
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